martes, 1 de mayo de 2018

'La hija de Joyce', de Annabel Abbs: Lucia Joyce, la bailarina sin nombre | Babelia | EL PAÍS

'La hija de Joyce', de Annabel Abbs: Lucia Joyce, la bailarina sin nombre | Babelia | EL PAÍS

LUCIA JOYCE, LA BAILARINA SIN NOMBRE. "En 1934 James Joyce escribe: “Cualquiera que sea mi chispa de genio, esta ha sido transmitida a Lucia y ha prendido fuego en su cerebro”. Hasta la publicación de la biografía 'Lucia Joyce. To Dance in the Wake', de Carol Loeb Shloss (2005), la vida de la hija de Joyce sólo había trascendido en ambientes académicos a través de una cita del psicoanalista que la trató, Carl Jung: “Donde Joyce podía bucear, ella se ahogaba”. Si bien sus inicios como bailarina fueron reseñados de manera entusiasta por la prensa de la época, después de una serie de crisis sentimentales pasó la mayor parte de su vida encerrada en psiquiátricos. Desde la publicación de Loeb Shloss a partir de distintos testimonios y cartas de familiares y amigos, Lucia Joyce emerge iluminada con una luz distinta con la que la retrató su eminente psicoanalista". Por ALICIA KOPF

Lucia Joyce, la bailarina sin nombre

Siempre a la sombra de su padre, el escritor James Joyce, la artista pasó la mayor parte de su vida en psiquiátricos. Su figura emerge en una novela a la luz del retrato que hizo su psicoanalista, Carl Jung

Lucia Joyce, durante una actuación en París en 1929.
Lucia Joyce, durante una actuación en París en 1929. ALAMY / ACI
En 1934 James Joyce escribe: “Cualquiera que sea mi chispa de genio, esta ha sido transmitida a Lucia y ha prendido fuego en su cerebro”. Hasta la publicación de la biografía Lucia Joyce. To Dance in the Wake, de Carol Loeb Shloss (2005), la vida de la hija de Joyce sólo había trascendido en ambientes académicos a través de una cita del psicoanalista que la trató, Carl Jung: “Donde Joyce podía bucear, ella se ahogaba”. Si bien sus inicios como bailarina fueron reseñados de manera entusiasta por la prensa de la época, después de una serie de crisis sentimentales pasó la mayor parte de su vida encerrada en psiquiátricos. Desde la publicación de Loeb Shloss a partir de distintos testimonios y cartas de familiares y amigos, Lucia Joyce emerge iluminada con una luz distinta con la que la retrató su eminente psicoanalista. Hasta entonces, una política de gestión de derechos de autor extremadamente restrictiva por parte del heredero de la familia, Stephen Joyce, sobrino de Lucia, obstaculizó muchas publicaciones hasta su expiración, en el año 2012. Stephen Joyce declaró en 1988 haber destruido todas las cartas que se escribieron su tía y Samuel Beckett durante su relación sentimental en los años veinte, así como las que le escribió ella a sus padres. Nos acercamos pues a una biografía silenciada, reconstruida calidoscópica e indirectamente a partir de unos pocos testimonios y retazos de cartas.
Encontramos trazas de Lucia Joyce en distintos personajes de James Joy­ce: Milly, Issy, Isolda, Nuvoletta, Anna Livia Pluravelle, sobre todo podemos indagar a través de esta biografía cuestiones de interés sobre la relación entre literatura, poesía y danza, el carácter del proceso creativo, así como de índole psicológica y moral: la trayectoria vital de Lucia Joyce plantea cuestiones como ¿cuál es el valor de la vida de un hijo para un gran creador? ¿Cuál es el precio personal y familiar a pagar por una gran obra? ¿Cuál es la relación entre aquello llamado “genio” y aquello otro llamado “locura”?
En La hija de Joyce, Annabel Abbs recrea esta voz siguiendo fielmente los episodios que marcaron la ruptura de su trayectoria, esta vez narrada en presente y en primera persona. Abbs estructura la novela alternando la narración en presente de los años felices de formación de esta bailarina y artista plástica, con la narración retrospectiva en forma de diálogo ficticio con el doctor Carl Jung.
Los rechazos amorosos y la dificultad de emprender una vida independiente en esa época son claves para comprender sus primeras crisis
La novela nos sitúa en el universo de las vanguardias artísticas de los años de entreguerras en París con el trasfondo de la historia de la escritura de la obra más compleja de Joyce, Finnegans Wake. Abbs destaca la relación amorosa de Lucia con Samuel Beckett e incluye a otros de sus amantes célebres, como su profesor de dibujo Alexander Calder, romances en los que ella resultó finalmente rechazada y que precipitaron su primera crisis. Zelda Fitzgerald, que aparece como compañera en el estudio de danza clásica de la estricta Madame Egorova, precedió a Lucia Joyce en su destino trágico, siendo tratada posteriormente por los mismos médicos. Loeb Shloss pone de manifiesto cómo el caso de Joyce es paradigmático de una generación de mujeres con talento alrededor de los años veinte, arrinconadas en los márgenes de la historia, diversas de ellas encerradas debido a diagnósticos psiquiátricos sospechosamente parecidos: la escultora Camille Claudel, amante de Auguste Rodin, fue la primera de ellas, pero por ahí pasaron 10 años después Zelda, esposa de Fitzgerald, o su cuñada Helen Fleishman: siete mujeres del entorno de Joyce fueron institucionalizadas entre mediados y finales de los treinta. El advenimiento de la Segunda Guerra Mundial tuvo consecuencias por lo que respecta a las libertades de la mujer, así como las circunstancias particulares, familiares y relacionadas con el género.
La dificultad de narrar la trayectoria de Lucia Joyce se basa en la luminosidad de los personajes que la rodean y que paradójicamente la apagaron a ella; los Joyce no apoyaron su vocación por la danza. Los rechazos amorosos y la dificultad de emprender una vida independiente en aquella época son claves para comprender sus primeras crisis en forma de ataques de rabia (ataques que también padeció Virginia Woolf a su edad). Los tratamientos psiquiátricos no ayudaron, en 1936 Joyce escribió en una carta: “Su carácter es alegre, dulce e irónico, pero tiene ataques de rabia por nada cuando se la confina a la camisa de fuerza”. Desde una óptica actual nos preguntamos: ¿Y quién no los tendría? ¿A qué bailarín se cura con inmovilidad?
Estilísticamente la novela puede leerse intercambiando los nombres por otros con menos lustre sin que el resultado varíe en gran medida: el Samuel (Beckett) de la novela es un joven admirador del padre que mantiene un idilio con una Lucia (Joyce) que se expresa con los tópicos de la novela sentimental —ejercicio literario arriesgado: tres páginas se dedican a la descripción del encuentro sexual de ambos—, el padre aparece como un gran escritor del que no atisbamos las chispas del proceso de concepción de Finnegans Wake. Abbs retrata el interés del padre por su hija en calidad de musa, una relación simbiótica que pareció encadenar la vida de Lucia a la del escritor irlandés, así como la mala relación con su madre y la predilección de esta por su hermano Giorgio. Annabel Abbs reescribe la voz borrada de La hija de Joyce y resuelve de manera solvente la narración de los años críticos de su trayectoria vital, sin embargo, tal como indica el título del libro, la voz que nos habla carece de nombre propio.
La hija de Joyce. Annabel Abbs. Traducido por Amelia Pérez de Villar Herranz. Galaxia Gutenberg, 2017. 360 páginas. 22,50 euros.

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