jueves, 9 de noviembre de 2017

EL LIBRO DE LA OSCURIDAD || La bella salvaje | Babelia | EL PAÍS

La bella salvaje | Babelia | EL PAÍS

LECTURA

La bella salvaje

El autor de 'La brújula dorada' regresa con la trilogía 'El libro de la oscuridad', que hoy llega a las librerías de la mano de la editorial Roca en traducción de Dolors Gallart. Adelantamos un capítulo del primer volumen, que toma su título de la canoa con la que el protagonista acostumbra a navegar por el Támesis.

La bella salvaje






Malcolm, un niño de once años, vive con sus padres en la posada de la Trucha, cerca de Oxford, a orillas del río Támesis, frente al priorato de Godstow, donde las religiosas cuidan de una huésped muy especial. Una noche, el padre de Malcolm acude a su habitación.
—Malcolm, aún no te has acostado… Mejor. Baja un momento. Hay un caballero que quiere hablar contigo.
—¿Quién es? —preguntó Malcolm con impaciencia; se levantó de un salto para ir tras su padre.
—Habla en voz baja. Si quiere, ya te dirá él quién es.
—¿Dónde está?
—En la habitación de la terraza. Llévale una copa de tokay.
—¿Qué es eso?
—Vino húngaro. Venga, date prisa. Sé correcto y di la verdad.
—Yo siempre digo la verdad —aseguró Malcolm de forma automática.
—Ahora me entero —contestó su padre, que le alborotó el pelo antes de entrar en la sala.
El caballero que aguardaba le causó un sobresalto, pese a que estaba simplemente sentado cerca de la chimenea apagada. Tal vez se debiera a su daimonion, un hermoso leopardo con manchas plateadas, o quizás a su sombría expresión taciturna. En cualquier caso, Malcolm se sintió intimidado, y muy pequeño y muy joven. Su daimonion Asta se transformó en una polilla.
—Buenas noches, señor —dijo—. Aquí tiene el tokay que ha pedido. ¿Quiere que encienda el fuego? Hace frío aquí adentro.
—¿Te llamas Malcolm?
El hombre tenía una voz áspera y profunda.
—Sí, señor. Malcolm Polstead.
—Soy un amigo de la doctora Relf —dijo el hombre—. Me llamo Asriel.
—Ah. Eh…, ella no me ha hablado de usted —respondió Malcolm.
—¿Por qué has dicho eso?
—Porque si me hubiera hablado de usted, sabría que es verdad. Asriel soltó una breve carcajada.
—Ya entiendo —concedió—. ¿Quieres otra referencia? Soy el padre de la niña que hay en el priorato.
—¡Ah! ¡Lord Asriel!
—Así es. Pero ¿cómo puedes comprobar si te estoy diciendo la verdad?
—¿Cómo se llama la niña?
—Lyra.
—¿Y cómo se llama su daimonion?
—Pantalaimon.
—Está bien —dijo Malcolm.
—¿Ahora sí? ¿Estás seguro?
—No, no estoy completamente seguro, pero sí un poco más que antes.
—Muy bien. ¿Me puedes explicar qué es lo que ha ocurrido esta tarde?
Malcolm se lo expuso con todo los detalles que logró recordar.
—Han venido unos hombres del Departamento de Protección de Menores, que querían llevársela. Llevarse a Lyra, quiero decir. Pero la hermana Benedicta no les ha dejado.
—¿Qué aspecto tenían?
Malcolm describió sus uniformes.
—El que se ha quitado la gorra parecía que era el que mandaba. Era más educado que los demás, como más zalamero
y sonriente. Aunque tenía una sonrisa de verdad, no postiza. Creo que incluso me hubiera caído bien si hubiera venido aquí, de cliente o algo así. Los otros dos eran solo sosos y amenazadores. La mayoría de la gente se habría muerto de miedo, pero la hermana Benedicta no se ha asustado. Les ha plantado cara ella sola.
El hombre tomó un sorbo de tokay. Su daimonion estaba tendido sobre el vientre, con la cabeza erguida y las patas delanteras estiradas, igual que en la foto de la Esfinge de la enciclopedia de Malcolm. Por un momento, pareció como si las manchas negras y plateadas de su lomo despidieran un trémulo brillo, justo antes de que lord Asriel tomara de repente la palabra.
—¿Sabes por qué no he venido a ver a mi hija?
—Creí que estaba ocupado, que seguramente tenía cosas importantes que hacer.
—No he venido a verla porque, si lo hago, se la llevarán de aquí, a otro sitio mucho menos agradable. Allí no habrá ninguna hermana Benedicta que dé la cara por ella. Ahora, de todas formas, intentan llevársela…
—Disculpe, señor, pero yo ya he hablado de todo esto con la doctora Relf. ¿No se lo ha explicado?
—¿Aún albergas dudas con respecto a mí?
—Pues… no —respondió Malcolm.
—Razón no te falta. ¿Vas a seguir visitando a la doctora Relf?
—Sí, porque me presta libros, aparte de que me escucha mientras le cuento lo que pasa.
—¿Ah, sí? Eso está bien. Pero, dime, la niña… ¿La cuidan bien?
—Uy, sí. La hermana Fenella la quiere mucho. Bueno, todos la queremos. Está muy contenta; me refiero a Lyra. No para de hablar con su daimonion. Es un parloteo continuo, uno habla y el otro le responde. La hermana Fenella dice que se están enseñando a hablar el uno al otro.
—¿Y come bien? ¿Se ríe? ¿Es activa y curiosa?
—Uy, sí. Las monjas se portan muy bien con ella.
—Pero ahora las están amenazando…
Asriel se levantó y se acercó a la ventana para mirar las escasas luces que quedaban encendidas al otro lado del río, en el priorato.
—Eso parece, señor. Su señoría, quería decir.
—Con «señor» bastará. ¿Conoces bien a esas monjas?
—Las conozco de toda la vida, señor.
—¿Y ellas te escucharían?
—Supongo que sí.
—¿Podrías decirles que estoy aquí y que querría ver a mi hija?
—¿Cuándo?
—Ahora mismo. Me están persiguiendo. El Sumo Tribunal me ha ordenado que no me acerque a menos de cincuenta millas de ella; si me encuentran aquí, se la llevarán a otro lugar, donde no la cuidarán tan bien.
Malcolm estuvo a punto de decir: «Entonces no debería arriesgarse». Al mismo tiempo, sintió admiración y comprensión por la iniciativa de aquel hombre: era normal que quisiera ver a su hija y, además, había obrado con inteligencia al ir a consultarlo a él.
—Bueno… —pensó y dijo Malcolm—, no creo que pueda verla ahora mismo, señor. Se acuestan tempranísimo. No me extrañaría que ya estuvieran durmiendo todas. Por la mañana se levantan muy temprano. Quizá…
—No dispongo de tanto tiempo. ¿En qué habitación han instalado a la niña?
—En el otro lado, señor, delante de la huerta.
—¿En qué piso?
—Todos los dormitorios están en la planta baja; también el de la niña.
—¿Y tú sabes cuál es?
—Sí, pero…
—Entonces podrías enseñármelo. Vamos.
No era posible negarle nada a ese hombre. Malcolm abandonó con él la habitación de la terraza y, después de recorrer el pasillo, salieron al exterior antes de que pudiera verlos su padre. Cerró con sumo cuidado la puerta y descubrió el jardín iluminado por una luna radiante, como no la había visto tan brillante desde hacía meses. Era como si los alumbraran con un reflector.
—¿Ha dicho que había alguien que lo perseguía? —preguntó Malcolm en voz baja.
Philip Pullman, durante su discurso tras ganar el premio Whitbread al Libro del Año 2001, en Londres, con un ejemplar de 'El catalejo ámbar' en la mano. La novela fue la última de la trilogía 'Materiales oscuros'.
Philip Pullman, durante su discurso tras ganar el premio Whitbread al Libro del Año 2001, en Londres, con un ejemplar de 'El catalejo ámbar' en la mano. La novela fue la última de la trilogía 'Materiales oscuros'. AP
—Sí. Hay alguien vigilando el puente. ¿Hay otra forma de cruzar el río?
—Mi canoa. Está ahí abajo, señor. Vayámonos de la terraza antes de que nos vea alguien.
Lord Asriel bajó con él hasta el cobertizo donde guardaba la canoa.
—Ah, es una canoa de verdad —dijo, como si hubiera esperado encontrarse con un juguete.
Malcolm se sintió un poco ofendido por La bella salvaje, pero no dijo nada mientras la giraba y la hacía deslizar en silencio sobre la hierba en dirección al agua.
—Primero —propuso— vamos a ir corriente abajo un trecho, para que así no nos puedan ver desde el puente. Por ese lado hay una forma de entrar en la huerta del priorato. Suba usted primero, señor.
Asriel así lo hizo, con mucha más habilidad de la que Malcolm había previsto. La canoa apenas se movió. Asriel se sentó con ligereza y se mantuvo quieto mientras Malcolm subía tras él.
—Ya ha ido en canoa otras veces —susurró Malcolm.
—Sí. Esta es una buena canoa.
—Ahora hay que estar callados…
Malcolm impulsó la embarcación y empezó a remar, manteniéndose cerca de la orilla, bajo los árboles, sin hacer el menor ruido. En eso era un verdadero experto. Una vez que estuvieron fuera del alcance de la vista, lejos del puente, hizo girar la embarcación hacia estribor y se dirigió a la otra ribera.
—Voy a parar al lado del tocón de un sauce —anunció quedamente—. La hierba es muy tupida allí. Amarraremos la canoa y retrocederemos por el campo, pegados al seto.
Lord Asriel se bajó con la misma soltura con la que había subido. Malcolm, que no se podía imaginar que existiera un pasajero mejor, amarró la barca a una recia rama de sauce que brotaba del tocón; al cabo de unos segundos, prosiguieron el camino por el borde del prado, a la sombra del seto.
Malcolm encontró la brecha que conocía y se adentró por ella, entre las zarzas. Al hombre debió de costarle más, al ser más grande, pero no dijo nada. Salieron a la huerta del priorato; las hileras de ciruelos y manzanos, de perales y cerezos, se perfilaban con nitidez bajo la luna. Malcolm siguió bordeando la parte posterior del priorato, hasta llegar al lado donde se encontraba la habitación de Lyra. Habían tapado la ventana con unos postigos nuevos, que parecían muy resistentes. Volvió a contar para cerciorarse de que no se equivocaba y luego golpeó quedamente el postigo con una piedra. Lord Asriel se había parado cerca. La luz de la luna, que daba de pleno en aquel lado del edificio, los hacía claramente visibles desde cierta distancia.
—No quiero despertar a ninguna de las otras monjas —susurró Malcolm—, ni asustar a la hermana Fenella, que no está bien del corazón. Hay que tener cuidado.
—Estoy en tus manos —dijo lord Asriel.
Malcolm volvió a golpear un poco más fuerte.
—Hermana Fenella —musitó.
No hubo respuesta. Golpeó por tercera vez.
—Hermana Fenella, soy yo, Malcolm —susurró.
Lo que de verdad le preocupaba era la hermana Benedicta, por supuesto. No quería ni pensar lo que ocurriría si la despertaba, de modo que actuaba con el mayor sigilo posible a la vez que trataba de despertar a la hermana Fenella: no era fácil. Asriel permanecía quieto, observando en silencio. Finalmente, Malcolm oyó como si alguien se moviera dentro. Lyra emitió un quedo maullido y luego pareció que la hermana Fenella arrastraba una silla o una mesita. Después murmuró algo con suave voz de anciana, como si quisiera tranquilizar a la niña.
—Hermana Fenella… —volvió a probar, levantando un poco más la voz. Sonó una queda exclamación de sorpresa.
—Soy yo, Malcolm —dijo.
Un leve ruido, como de unos pies que se desplazaran descalzos, y luego el roce del pestillo de la ventana.
—Hermana Fenella…
—¿Malcolm? ¿Qué haces aquí?
Hablaba, igual que él, en susurros. Se le notaba en la voz que estaba asustada y medio dormida. No había abierto el postigo.
—Perdone, hermana, de verdad lo siento —se apresuró a decir—, pero el padre de Lyra está aquí, y lo están persiguiendo…unos enemigos, y necesita ver a Lyra antes…, antes de irse a otra parte. Para… despedirse —añadió.
—¡Esto es un desatino, Malcolm! Sabes que no podemos dejarlo entrar…
—¡Por favor, hermana! Él lo desea de todo corazón —arguyó Malcolm, utilizando una frase que no sabía de dónde había sacado.
—Es imposible. Te tienes que ir, Malcolm. Es algo que ni siquiera se puede pedir. Vete antes de que se despierte. No me atrevo ni a pensar lo que diría la hermana Benedicta…
Embarcadero en el río Támesis.
Embarcadero en el río Támesis.
Malcolm tampoco se atrevía. Entonces sintió el contacto de la mano de lord Asriel en el hombro.
—Déjame hablar con la hermana Fenella. Tú ve a vigilar, Malcolm.
El chico fue hasta la esquina del edificio. Desde allí podía ver el puente y casi toda la huerta; también a lord Asriel, que hablaba en voz baja, con la cabeza inclinada hacia el postigo. Su voz era un susurro: Malcolm no alcanzaba a oír nada. No habría sabido precisar cuánto tiempo estuvieron hablando Asriel y la hermana Fenella. En todo caso fue bastante rato; él ya estaba tiritando cuando vio, con asombro, que el pesado postigo se movía lentamente. Lord Asriel dio un paso atrás para que pudiera abrirlo y luego se volvió a acercar, enseñando las manos para demostrar que no iba armado; ladeó un poco la cabeza para que la luna le iluminara plenamente la cara. Volvió a hablar en susurros. Pasó un minuto, tal vez un par, en que no ocurrió nada; y después la hermana Fenella le pasó entre sus finos brazos aquel pequeño bulto. Asriel lo cogió con una enorme delicadeza. Su daimonion leopardo se irguió para apoyarle las patas delanteras en la cintura. Asriel bajó a la niña para que pudiera decirle algo al daimonion de Lyra.
¿Cómo habría convencido a la hermana Fenella?, se preguntaba con asombro Malcolm. Observó cómo el hombre volvía a levantar a la pequeña y se alejaba caminando sobre la hierba entre los macizos sin flores, sosteniéndola cerca de la cara para poderle hablar bajito, meciéndola con dulzura, paseando despacio bajo el brillante claro de luna. En un momento dado, fue como si le enseñara la luna a Lyra; en cualquier caso, parecía un señor en sus propios dominios, sin nada que temer y toda aquella noche plateada para disfrutar. Así siguió yendo de un lado a otro con su hija. Malcolm pensó que la hermana Fenella estaría aguardando temerosa…, por si lord Asriel no se la devolvía, por si lo atacaban sus enemigos, por si la hermana Benedicta sospechaba que estaba ocurriendo algo. Sin embargo, no había ruido alguno; ni en el priorato, ni en el camino, ni proveniente del hombre que paseaba con su hijita bajo la luz de la luna.
En un momento dado, pareció que el daimonion leopardo había oído algo. Agitó la cola, enderezó las orejas y volvió la cabeza hacia el puente. Malcolm y Asta se giraron de inmediato, centrando la vista y los oídos en el puente, cada una de cuyas piedras se perfilaba con un contraste de color negro y plateado. No obstante, nada se movió: el único sonido perceptible fue el grito de una lechuza que cazaba a media milla de distancia.
Poco después, el daimonion leopardo abandonó su rigidez de estatua y volvió a alejarse, ágil y silencioso. Malcolm cayó en la cuenta de que el hombre también poseía dichas cualidades: durante el trayecto por el río, por el prado y la huerta hasta la pared del priorato, no había oído el menor ruido de pasos. En ese sentido, Asriel podría haber sido un fantasma. Dio la vuelta al final del sendero y regresó a la ventana donde estaba la hermana Fenella. Malcolm miró el puente, el jardín y el tramo de carretera que abarcaba desde allí y no vio nada extraño. Cuando se volvió, Asriel entregó el pequeño bulto por la ventana y, después de susurrar una o dos palabras, cerró con sigilo el postigo. Luego le hizo una señal y Malcolm acudió a su encuentro. Era muy difícil no hacer ni el más mínimo ruido, incluso caminando sobre la hierba, pensó. Por eso observó cómo aquel hombre apoyaba los pies en el suelo: sus pasos tenían algo de leopardo…, algo que podría imitar.
Desanduvieron el camino por la huerta hasta la brecha entre las zarzas y por el borde del prado, al amparo del seto, hasta llegar junto al tocón del sauce. Una luz más fuerte y amarilla que la de la luna horadó el cielo. Alguien había encendido un reflector en el puente. Malcolm oyó el ruido de un motor de gas.
—Ahí están —dijo Asriel en voz baja—. Déjame aquí, Malcolm.
—¡No! Tengo una idea mejor. Llévese mi canoa y siga río abajo. Solo me tiene que dejar antes en la otra orilla.
A Malcolm se le había ocurrido justo en ese momento.
—¿Estás seguro?
—Puede seguir bajando por el río hasta muy lejos. Jamás sospecharán que va por allí. ¡Vamos!
Subió a la canoa y desató la amarra. Después mantuvo la embarcación pegada a la orilla mientras subía Asriel; luego se puso a remar con gran rapidez y lo más silenciosamente que pudo para cruzar el cauce y llegar al jardín de la posada, pese a que la corriente quería llevarlo por el centro, donde los descubrirían desde el puente. Asriel mantuvo agarrada la cuerda atada al pequeño embarcadero mientras Malcolm bajaba; dejó que este sujetara la barca mientras la encaraba hacia la corriente, cogió los remos y agitó la mano para despedirse.
—Te la devolveré —prometió.
Luego desapareció, alejándose a toda velocidad con potentes golpes de remo en la caudalosa corriente del río. La bella salvaje nunca había navegado tan deprisa, pensó Malcolm.
Traducción de Dolors Gallart.

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