domingo, 12 de noviembre de 2017

CAYÓ EL MURO DE BERLÍN... PERO BERLÍN SIGUE DIVIDIDA (Y ALEMANIA TAMBIÉN) || La batalla por la identidad cultural de Berlín se libra en el Volksbühne | Cultura | EL PAÍS

La batalla por la identidad cultural de Berlín se libra en el Volksbühne | Cultura | EL PAÍS

La batalla por la identidad cultural de Berlín se libra en el Volksbühne

El nombramiento de Chris Dercon como director del mítico teatro alemán desata protestas contra la uniformización de las artes

Chris Dercon, el nuevo director del Volksbühne frente al teatro en Berlín.

Chris Dercon, el nuevo director del Volksbühne frente al teatro en Berlín.  FOTO: PATRICIA SEVILLA CIORDIA



El paladar teatral de los berlineses es cultivado y exigente, pero también puede ser áspero e intransigente. La revuelta contra el nombramiento de Chris Dercon para dirigir el Volksbühne, el mítico teatro izquierdista y transgresor es una prueba irrefutable de la asertividad del público berlinés. En la batalla del Volksbühne sin embargo, Dercon ha pasado a ser casi lo de menos. Lo que de verdad está en juego en la polémica de la sucesión al frente del teatro es el modelo cultural de una ciudad que se gusta, que disfruta de su singularidad y que se resiste al cambio. La del Volksbühne es también la pelea por la identidad cultural de Berlín.
El Volksbühne abrió sus puertas en 1914 con la idea de ser un teatro o casi un palacio para el pueblo. Fue construido y pagado por los trabajadores, en el Scheunenviertel, entonces un barrio marginal del este de Berlín, poblado hoy por diseñadores y cafés de moda. Durante los años de la República democrática alemana se convirtió en el hervidero intelectual de la RDA y con la caída del muro, ejerció de puente cultural entre el este y el oeste, dos países cosidos de un día para otro por la política, pero cuyas sociedades no acaban de fundirse.
Frank Castorf, nacido y crecido en Alemania del Este es la leyenda viva del Volksbühne, la figura de culto que ha dirigido el teatro durante los últimos 25 años. Es el hombre que firmaba larguísimas piezas, como unos Hermanos Karamazov de casi siete horas y que programaba conciertos y debates en un bellísimo teatro considerado único.
Castorf se va y entra Dercon, un reputado comisario de arte, ex director de la Tate Modern de Londres, que quiere abrir el teatro a un público internacional. Las autoridades berlinesas le consideran un hombre capaz de seducir a los grandes artistas internacionales y de colocar el teatro en el mapa del mundo gracias a su extensa red de contactos tejida con mimo a lo largo de los años. Muchos temen sin embargo, que con Dercon, se rompa el hechizo del teatro de la plaza Rosa Luxemburgo y que el Volksbühne se convierta en un espacio de eventos más, como cualquier otro de Europa. El nombramiento de Dercon se ha convertido en un símbolo de la mutación que experimenta Berlín, una ciudad que hace tiempo que ha dejado de ser un lugar único y ha sucumbido al rodillo uniformador de la globalización cultural.
En junio de 2016, hasta 200 directores y empleados del teatro, así como algunos de los mejores actores del país enviaron una carta al Gobierno de Berlín, en la que protestaban por el nombramiento de Dercon. “Este cambio de director no es un traspaso amistoso. Es una ruptura irreversible con la historia reciente del teatro”, decía la nota. “El proceso artístico del conflicto social está siendo desplazado por una cultura global de consenso con patrones optimizados de representaciones y ventas”, añadía.
Junto a las críticas de la vieja guardia del lugar ha surgido un frente de batalla mucho más juvenil y activo y hasta casi desconectado con el teatro, pero que han hecho de la batalla del Volksbühne su bandera. En septiembre pasado, los activistas ocuparon el teatro con el objetivo de “liberarlo” y crear un “centro antigentrificación” y un Parlamento para los sin techo. Creen que el Volksbuhne es solo la guinda de la deriva internacionalizadora que sufre Berlín, donde ya se escucha inglés por todas partes y donde el desembarco de inversores y jóvenes extranjeros en la ciudad de moda ha disparado los precios de la vivienda hasta niveles inéditos. Temen que la ciudad pierda su identidad. Temen que Berlín se convierta en un nuevo Londres, prohibitivo para su habitantes y terreno yermo para los artistas.
Carl Hegemann, veterano jefe de dramaturgia, ha trabajado en el Volksbühne desde 1992, pero en julio pasado, como muchos otros cogió la puerta y se fue siguiendo al legendario Castorf. “Nadie está en contra de un cambio después de 25 años, pero sí de un parón en seco”, arranca en la cocina de su apartamento al norte de Berlín este profesor de artes escénicas con el pelo alborotado.
Hegemann cree que “para mucha gente, el Volksbühne era el único teatro realmente importante en su vida, donde se podían discutir cosas que en otros foros no se podía. Era la heteroutopía de Foucalt, el concepto de espacio contemporáneo formado por relaciones y lugares”. Dice que le hubiera parecido bien que a Dercon le dieran un museo, “pero no entiendo que le traigan para destruir un teatro que solo existía en Berlín. Esto es muy negativo para la vida de la ciudad. Lo que ellos ofrecen se ofrece en muchos otros lugares”.
Centro político
Aenne Quiñones, una de las grandes maestras del teatro berlinés, que trabajó en el Volksbühne entre 2003 y 2009 considera que ha sido “el teatro más excitante de toda Europa”. Quiñones, una de las responsables ahora del teatro experimental Hebbel am Ufer, recuerda cómo invitaban a la sociedad “a discutir la vida diaria. Castor quería abrir el teatro a gente de fuera del mundo del teatro, que fuera un centro político de la ciudad”.
Destaca también el papel que ha jugado como altavoz de los artistas y los habitantes del este de Alemania. “Después del 89 fue una de las instituciones en las que el Este y el Oeste se encontraban. No se trata de nostalgia, se trata de no taparlo todo y de comprender. No se puede hacer borrón y cuenta nueva”, defiende Quiñones en la moderna cafetería del Hebbel am Ufer. El cambio, argumenta sucede además en un momento en el que se acumulan las preguntas. “Los viejos valores ya no están vigentes. La seguridad, la continuidad, el trabajo, el amor. Todo cambia y hay que experimentar para encontrar nuevas perspectivas”.
Las críticas y los nuevos planes de protestas no han logrado sin embargo minar la determinación de Dercon, que este fin de semana ha inaugurado la temporada en la sede principal del Volksbühne, en la plaza Rosa Luxemburgo y que ofrece un interesante programa en el que figuran artistas internacionales como el español Albert Serra. En la calle, la resistencia al cambio amenaza con continuar la lucha y la mutación de la urbe sigue su curso inexorable. Dentro del teatro, la palabra la tienen ahora el público y la crítica.

DERCON: “EL ARTE YA NO ES INTOCABLE”

A. CARBAJOSA
Chris Dercon contraataca. El controvertido nuevo director del Volksbühne, el mítico teatro berlinés sufre desde hace meses una asfixiante campaña en su contra. Le insultan, han ocupado su teatro y hasta le han tirado una jarra de cerveza por encima. Por que abundan los berlineses que no entienden que el ex director de la Tate Modern de Londres, un belga con limitada experiencia teatral desembarque en la capital alemana para liquidar el proyecto cultural considerado más radical y legendario de Berlín.
Dercon (Lier,1958), ha demostrado tener la piel muy gruesa y no se da por vencido. Atribuye la polémica que ha rodeado a su nombramiento a un síntoma de una insaciable sed de identidad y a los cambios globales que atraviesa el mundo del arte. Durante una entrevista en su magnífico teatro berlinés sostiene que el arte ha dejado de ser intocable y se ha politizado. Cree también que parte de la progresía berlinesa es nostálgica y se resiste a aceptar que Berlín empieza a ser una ciudad normal.
Pregunta. ¿Cómo es capaz de sobrevivir emocionalmente a la avalancha de críticas que recibe a diario?
Respuesta. Trato de que no me afecte personalmente. Tengo que racionalizar para entender lo que pasa, pero también para ser capaz de seguir adelante. Hay que verlo en el contexto de Berlín de hoy, que es una ciudad muy frágil. Nos prometieron que Berlín podía seguir siendo la capital de la libertad, un lugar utópico. Pero Berlín se está convirtiendo en una ciudad normal, con los problemas de las ciudades normales. El precio de los alquileres sube y Berlín se gentrifica. Las noches eternas son parte del problema, porque todo el mundo quiere venir a Berlín e Easy Jet y Ryanair han ganado mucho dinero gracias a los jóvenes que vienen a pasar el fin de semana. Berlín tiene los mismos problemas que Barcelona de alguna manera y hay partes de esta ciudad que ya son como Londres, artificiales. Es decir, Berlín empieza a ser una cuidad normal y eso crea tensiones entre los recién llegados y los que se consideran antiguos berlineses, los que vinieron después del 89.
P. A usted le acusan precisamente de ser un instrumento clave en ese proceso de normalización y gentrificación, de que el Volksbühne dejará de ser un lugar singular y pasará a ser uno más en el circuito europeo.
R. Es sorprendente leer la cantidad de noticias falsas que se publican. Dicen por ejemplo que voy a privatizar el Volksbühne. Eso tiene que ver con las redes sociales y la alienación que provocan.
P. ¿De dónde nace esa resistencia al cambio?
R. Las políticas de identidad están secuestrando el concepto de belleza. No se trata tanto de mí, sino de cuestiones mucho mayores. Hace tiempo que alerto de que es la expresión de algo nuevo. Aquí la izquierda está adoptando características de la derecha y viceversa. Hay rasgos de la izquierda que yo considero importantes como el cosmopolitismo y que ahora de repente la progresía lo considera peligroso. La izquierda tiene poco margen de maniobra y quiere al menos tener una cultura propia y ahí es donde entra el Volksbühne. El mito es que era un lugar de resistencia aunque no sea verdad, aquí venían las clases medias a sentirse auténticas. Por eso los activistas eligieron el Volksbühne para ocuparlo, porque era una imagen muy potente.
P. Usted defiende que su caso forma parte de un fenómeno global.
R. Hay que tomar un poco de distancia. Si vemos lo que pasa en el mundo, observamos que el arte ha dejado de tener una posición privilegiada y ha perdido su inocencia. Ha dejado de tener un espacio extraordinariamente libre y está siendo instrumentalizado por la política. En Alemania se ve claramente con los problemas institucionales y financieros con el Documenta de Kassel, el foro de la cultura de Berlín y ahora el Volksbühne. Ese fin de posición privilegiada se ve también en los escándalos de Kevin Spacey o Tariq Ramadan.
P. Eso no tiene nada que ver. Si se prueban las acusaciones de abusos, son delitos.
R. Sí, claro. Pero me refiero a que hace años no se habría hablado de ello porque hubiéramos pensado que es cultura y que entonces había que tratarlo de otra manera, pero el arte ha dejado de ser intocable. Tampoco en Rusia y tampoco en Cataluña, donde el arte y la cultura están jugando un papel muy problemático.
P. ¿A qué se refiere en el caso catalán?
R. En el sentido de cuál es la identidad de Cataluña. Cataluña ha estado secuestrando hechos históricos. Y algunos artistas son cómplices de este secuestro.
P. ¿Por ejemplo?
R. Si pensamos en la literatura, en las artes visuales y cómo se refieren al papel excepcional de Cataluña respecto al resto de España y de cómo la independencia de su arte está en peligro; pero no puedes mezclar la independencia del arte con la independencia de una región. Como belga, conozco bien este tema por la tensión entre flamencos y valones. Son solo ejemplos de cómo el arte ya no es un lugar aislado, ni libre, ni intocable.
P. ¿Cuál es su proyecto para el Volksbühne?
R. Yo creo en conectar las distintas disciplinas, pero asegurando que cada disciplina preserve su propia identidad. Hacemos teatro y artes y cine y danza. Sumamos y conectamos. Me interesan los artistas que crean alianzas entre las artes.
P. Es precisamente una de las críticas que le hacen. Le acusan de querer hacer muchas cosas a la vez y de descuidar el teatro. De querer convertir el Volksbühne en una fábrica de eventos.
R. No. Son acontecimientos en el sentido de Derrida. Son disrupciones y eso es lo estamos haciendo. No soy un manager de eventos. Siempre he rechazado hacer festivales y bienales porque no me interesan esas fiestas temporales de importación y exportación. Cuando el alcalde me llamó, me pidió que viniera al Volksbühne, no que viniera a un teatro. Nunca hubiera aceptado venir solo a un teatro. En 2010 ya dije que estaba dispuesto a venir aquí. Llevo esperando esto mucho tiempo. El problema es que aquí en Berlín venir de la Tate con siete millones de visitantes y ser un éxito comercial es peligroso. Aquí, venir de Londres es como el Starbucks: un infierno.
P. Le llaman neoliberal.
R. No saben lo que dicen. Nunca me he considerado un neoliberal. Yo quería abandonar el mundo del arte porque pensaba que era demasiado comercial y por eso quiero volver al teatro, de donde procedo, porque el arte se ha convertido en demasiado comercial para mí. Los intereses están demasiado entremezclados y por eso creo que hay que defender la cultura pública .
P. Usted causó mucha indignación cuando dijo “Think global, fuck local”. ¿A quién quería provocar?
R. Es la postal más famosa del museo homosexual de Berlín, pero causó un gran escándalo. Aquí no lo entienden, la ironía no encaja muy bien en Alemania.
P. Usted tiene la piel muy gruesa. Otro en su lugar habría tirado la toalla.
R. Nunca. El teatro está siempre lleno de mierda y de conflictos desde hace siglos. Lo que no me gusta es el odio y por eso tengo el mínimo aprecio por las redes sociales. No tengo Facebook, no tuiteo, no tengo Instagram. Claro que hay días difíciles, pero puedo estar flote porque creo en la máxima de Nietzsche: ama tu destino [carcajada].

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