sábado, 7 de octubre de 2017

MELANCOLÍA || Razones para la melancolía | Cultura | EL PAÍS

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DON DE GENTES

Razones para la melancolía

Una muestra de Martínmorales recoge 50 años de humor punzante



Una viñeta de Martínmorales que alude a la crisis publicada en 'Abc' el 23 de febrero de 2010.



Una viñeta de Martínmorales que alude a la crisis publicada en 'Abc' el 23 de febrero de 2010.



En la sala se podía respirar un aire cargado de melancolía. Celebrábamos que la exposición de dibujos del humorista gráfico Martínmorales hubiera viajado de Granada a Madrid y contemplábamos así 50 años entregados a un humor punzante, no adscrito a ningún partido, siempre implacable en su crítica al poder; irreverente y brutal hasta el punto de que nos preguntábamos cómo serían recibidos ahora los chistes de este dibujante que protagonizó junto a otros creadores la más brillante época del humorismo gráfico en nuestro país. Hay en la muestra un rincón dedicado al azote de la censura: vemos la primera viñeta en la que apareció Franco caricaturizado en la que el dictador recibe a un Lorca con el cráneo agujereado que hace entrega de las balas del asesinato; vemos a dos pobres dando de comulgar higos chumbos a sus señoritos y contando las frutas con los años de la Guerra Civil, 36, 37, 38…; vemos a Jordi Pujol esnifando las barras de la senyera. Son dibujos que provocaron retiradas de periódicos o que se cayeron de exposiciones como la de la Unesco en París en 1977.
Los sentimientos melancólicos acuden inevitablemente por un abanico de razones que estos días están en las mentes de todos: la primera, sólida y amenazante como una piedra, la honda preocupación por un país que a veces pensamos que se nos desmorona; la segunda, a la que hay que rendirse menos porque es inútil, la nostalgia del papel, del papel que con su tacto áspero y su olor mareante daba a quien escribía, dibujaba o fotografiaba una presencia real en el mundo. No hay like que pueda compararse a presentir tu firma bajo el brazo de un lector un domingo por la mañana. Podría asegurar que todos los que asistíamos a la exposición rondábamos esa edad flexible que es la mediana, y eso multiplicaba la sensación de que el mundo ha cambiado tan rápido que no nos ha dado tiempo todavía a hacernos viejos: somos maduros estupefactos. Había también una pena que todo el mundo andaba disfrazando con sonrisas: nuestro dibujante homenajeado se encuentra retirado desde que hace siete años la rama de un árbol que andaban cortando unos operarios en su querida casa de la Alpujarra le causara graves lesiones cerebrales. Paco salió a estirar las piernas y a despejarse como hacemos los que pasamos el día pegados al escritorio y ya no volvió a ser el mismo.
Tuve la suerte de conocerlo hace años en una excursión a la Alpujarra. Martínmorales le daba un aire a Paul Newman que quedaba desmentido por una mandíbula ruda, de hombre de campo, y por el fuerte acento granadino. Paco era la constatación de que uno puede hacer viajes de ida y vuelta con naturalidad, conquistar Madrid y volver luego, tras la aventura, a refugiarse en la tierra querida. Su hermano, Ricardo Martín, fotógrafo que también vivió en primera persona la importancia del ejercicio del periodismo en los ochenta, me hablaba del niño que Paco fue, de ese hermano mayor al que él recuerda dibujando siempre, pintando los fotogramas para un cine casero, haciendo un curso de dibujo por correspondencia que le regaló la madre a espaldas de un padre que abominaba de las veleidades artísticas del primogénito. Martínmorales se vino a Madrid engañando a su padre, diciéndole que venía a continuar los estudios de peritaje, pero se dedicó sin tregua a abrirse camino en un oficio del que se convertiría en maestro y en el que enseguida se hizo un hueco en la troupe de dibujantes y periodistas. Cuando en el 92 se le dedicó una calle en Pampaneira acudieron a la cita alpujarreña, además de los paisanos que tanto lo apreciaban, sus colegas Máximo, Mingote y Forges, todos tan diferentes entre sí pero practicando convencidos una cordial camaradería. Tal vez fuera Martínmorales el que llevaba las escenas de sus viñetas a un lugar más extremo, más incómodo para el lector, con esa idea que subyace en todos sus dibujos de que el humor ha de agitarnos estemos o no de acuerdo con la lectura que el dibujante hace de la actualidad. Es también ahí donde subyace un último aspecto melancólico: andamos hoy tan atrapados en nuestras convicciones, tan seguros de que la razón está de nuestra parte, que nos resulta difícil reír una mofa que desmonte por unos instantes nuestro sesgo ideológico. El humorista se gana su respetabilidad no siendo palmero del poder, de ninguno. En eso, Martínmorales fue un maestro. Sorprende la increíble vigencia de su punto de vista y su tremendo talento para crear una escena mordaz. No deja títere con cabeza, de Felipe a Aznar, de Aznar a Zapatero, de Pujol a Rajoy.
Y puestos a buscar razones para la melancolía eché de menos un público más joven, que espero que visite la muestra en los próximos días. Han de saberlo, de los viejos se aprende. Crítica con el poder, tolerancia con el prójimo e ironía con uno mismo: “Soy un cobarde. Nunca he dado un paso al frente. La única medalla que poseo es una de chorizos Revilla que es una maravilla”.

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