sábado, 26 de agosto de 2017

VIVIR DE LOS ESCOMBROS || Haití: Color ante la tragedia | Planeta Futuro | EL PAÍS

Haití: Color ante la tragedia | Planeta Futuro | EL PAÍS

Color ante la tragedia

Artistas locales personalizan los 'tap-tap', transportes colectivos de Haití, como reclamo artístico ante una realidad gris

Un 'tap-tap' coloreado circula por las calles de Puerto Príncipe (Haití).

Un 'tap-tap' coloreado circula por las calles de Puerto Príncipe (Haití). 





Puerto Príncipe 


En Haití es más fácil ver la cara de Messi que la del presidente del Gobierno. Incluso en época de elecciones. A los roídos carteles de las paredes pidiendo el voto les hacen competencia los coches, autobuses y tap-tap (furgonetas colectivas) que circulan por el país. En sus carrocerías, los rostros de personajes famosos y de celebridades locales alumbran una realidad marcada por la tragedia. Parece que las avenidas delineadas por escombros y los edificios marcados por el derrumbe o el hollín necesitan un chispazo de color que atenúe sus penas. Lógico: su palmarés pasa por erigirse como la nación más mísera del continente, por presumir de ser una de las más desiguales del mundo y por sostener un 80% de población que vive bajo el umbral de la pobreza extrema.
Asombra, por tanto, encontrarse con lienzos en movimiento que atraviesan las calles. Vehículos atestados de gente que emiten música inaguantable hasta para el más entrenado de los tímpanos humanos y cuya función parece que ha dejado de ser el mero traslado. Acción que —al menos en su capital, Puerto Príncipe— puede llevar horas a pesar de querer adelantar unos pocos kilómetros. También acarrea 1.400 muertes al año y se alza como una de las principales causas de pérdidas de vida, según las cifras de World Health Ranking en 2014. La carrocería marca la diferencia. Su mensaje es doble: por un lado, la honra de levantar un negocio propio; por otro, la del intentar darle luz a un ambiente espeso, triste. Sus ilustraciones provienen, mayoritariamente, del Taller-Asociación de Tap-tap Moderno de Haití, colectivo situado en un cruce metropolitano conocido simplemente como Croix-de-Bouquets.
“Dibujamos, sobre todo, pasajes bíblicos, miembros de la familia o conocidos”, cuenta Victor Rock Felet, artista de 36 años, en el garaje a cielo abierto donde trabaja. Brocha en mano, lápiz balanceando en cartílago, este socio de la agrupación detalla su labor y trata de analizar el porqué de esta tendencia, en boga desde hace unos cuantos meses aunque la agrupación se fundara en 2007. “Llevar el tap-tap con un diseño propio hace destacar y da la sensación de propiedad, algo que aquí es un logro”, reflexiona. Él, sus acompañantes y sus clientes acusan cada mañana el ambiente que les rodea. Consiste en superar el eterno atasco de una sociedad en punto muerto: aparte del tránsito, este territorio de 27.750 kilómetros cuadrados y 10,5 millones de habitantes ha sucumbido a los desastres naturales y sociales que les aquejan casi desde su independencia.
Llevar el tap-tap con un diseño propio hace destacar y da la sensación de propiedad, algo que aquí es un logro
Porque la división de Haití y República Dominicana en la isla La Española ha derivado en un desequilibrio cada vez más amplio. Tal diferencia genera un continuo flujo irregular entre países: en 2016, como registra el Servicio Jesuita de Migración, 13.479 personas fueron deportadas solo por uno de sus puntos fronterizos. No es algo nuevo, pero sí mucho más intenso desde 2010 cuando tuvo lugar el devastador terremoto de 7,3 grados en la escala Ritcher a 15 kilómetros de Puerto Príncipe —que acabó con la vida 316.000 personas, dejó 350.000 heridos y 1,5 millones de desplazados—, del que aún se perciben las cicatrices en viviendas e inmuebles institucionales. El huracán Matthew del pasado mes de octubre supuso otro golpe tremendo con más de 800 víctimas, poblaciones enteras destruidas y un repunte de la epidemia del cólera.
Quizás por culpa de esa maldición que atesora su tierra, Rock Felet insiste en valorar su función. “Todo diseño es lo utilizado por un hombre para crear la fama y la proporción de un objeto”, puntualiza, apostando por una lógica que no impera a su alrededor, donde la lucha diaria obliga a mendigar o esperar bajo asentamientos improvisados. “Seguimos las peticiones del cliente. Pero también aportamos nuestro punto de vista y pintamos cuadros y tablas exóticas”, subraya. “Es mi profesión”.
Y hablábamos de Messi, pero el futbolista del FC Barcelona no es el único elegido: Cristiano Ronaldo o Marcelo, del Real Madrid, destacan en la sección deportiva; Beyoncé, Bob Marley o Rihanna en la de cantantes; salmos en retrovisores o bustos de Jesucristo en lo relativo a la religión; Fidel Castro, Ché Guevara o Martin Luther King en cuanto a referencias históricas y todo tipo de modelos en las afecciones familiares: mujeres con canas o moños estilizados, señores adustos de grandes pómulos. “Hacemos surrealismo, arte abstracto o cubismo, pero sobre todo realismo: es el cliente el que nos da el sujeto de creación”, teoriza el artista. Cualquier cosa es válida, salvo una: dejar un hueco en blanco.
Primero elaboran un borrador. Luego miden el coche y el material con que lo van a recubrir (puede ser madera o chapa, destacando la primera). Le dan forma, desde un remolque abombado hasta un cubo de esquinas afiladas y ventanas con la silueta de Batman o de trofeo de Champions League. Lo blanquean. Después trazan a bolígrafo las siluetas. Y, por fin, meten color. “Hay una diferencia entre diseño y pintura”, matiza Rock Fellet. “La pintura es la ejecución de ese proyecto. Y lo que se mezcla en la paleta. El arte plástico es la ciencia para el trabajo, la forma y el nombre que le da forma. Es algo del artesano. Es convencional”, aclara junto a Jean Baptiste Joseph, artista de 28 años, y los dos constructores: Boss Ernso, de 46 años, y Ciril Adlin, de 23. Todos ellos, y otros dos acompañantes que les echan un mano con la mecánica, consideran que ha habido una transformación y que antes era todo “más lineal y simple”. Poco que ver con el barroquismo actual, vaya.
“No hay dos autobuses iguales”, apunta uno de los creadores. La sonorización es el gran desafío. Los asientos para pasajeros han de guardar hueco a grandes bafles y sus hilados cables. “La gente le da mucha importancia al color y la música. A los haitianos les gusta viajar escuchando algo”, anotan los artífices. En total, su precio oscila en torno a los 3.400 euros (250.000 gourdes, la moneda nacional) y se tarda un mes en completar el encargo. “El objetivo es dar valor al tap-tap”, asienten los congregados en este patio con olor a serrín y gasolina. No es obligatorio, pero cada cinco años se aconseja un repaso. “El arte evoluciona. Cada año suele haber algún cambio de modelo, pero casi nadie lo renueva”, sostiene este pintor que mantiene su empleo con el orgullo de quien sabe su excepcionalidad. Y su historia. “Hemos sufrido mucho a costa de nuestra situación y la coyuntura política. Pero queremos que se nos visibilice. Hemos pasado temporadas sin ganar un gourde”.
Se puede decir que últimamente ha habido cierta variación. Después del temblor, del huracán y de la eterna dependencia forjada en este pedazo insular, la gente ha pedido color. Y tener algo propio, con su sello. Que les haga deambular por esas avenidas-vertedero o esas carreteras atascadas con la cabeza bien alta. La misma que iza Rock Felet cuando, satisfecho, dice: “En Haití, los artistas, nosotros, pintamos. Así cambiamos lo que nos rodea”.

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