sábado, 5 de agosto de 2017

ETNIAS PERDIDAS Y LENGUAS EXTRAVIADAS || Nadie no podrá | Babelia | EL PAÍS

Nadie no podrá | Babelia | EL PAÍS

Nadie no podrá

La argentina Sara Gallardo, periodista muy conocida en los sesenta y escritora talentosa, construye un personaje inolvidable con una lengua de radical originalidad



La escritora argentina Sara Gallardo.



La escritora argentina Sara Gallardo.  DUM DUM EDITORA



Nacida en Buenos Aires en 1931 y muerta en esa ciudad en 1988, Sara Gallardo estuvo casada dos veces, vivió en siete u ocho países, tuvo cuatro hijos y publicó once libros, cinco de ellos novelas: Enero (1958), Pantalones azules (1963), Los galgos, los galgos (1968), Eisejuaz (1971) y La rosa del viento (1979). Leopoldo Brizuela (que prologó su Narrativa breve completa en 2009) llamó a su obra “una de las más reconocidas (y peor apreciadas) de su tiempo” en no poca medida debido a que, aunque popular (fue una de las periodistas argentinas más leídas de finales de los sesenta y setenta), Gallardo nunca consiguió conciliar para el público la imagen de escritora frívola perteneciente a la clase alta que cultivaba en sus artículos y la (en palabras de Martín Kohan) “originalidad radical” de su obra literaria.
Eisejuaz es un miembro de la etnia wichí, un “mataco” que se cree habitado por los espíritus de la naturaleza a la que rezaron su padre y los suyos, pero (a su vez) se esfuerza por ser un buen cristiano; en ese sentido, habita en una frontera que atraviesa constantemente: la que divide la vida en el monte y la de la ciudad, que redujo a las comunidades indígenas a la explotación y la pobreza, el pasado que se tuvo y el futuro del que ya no se dispone, la religiosidad pagana y la cristiana, que parece no comprender del todo. Al igual que Hazel Motes (el personaje de la novela de Flannery O’Connor Sangre sabia,que pretende fundar la “Iglesia de Cristo sin Cristo” y tiene una relación problemática pero salvífica con la fe, y que tal vez haya ejercido una influencia en Gallardo o quizás no), Eisejuaz es religioso de una manera que pone en cuestión la noción misma de religión, y su trayectoria es la de las terribles consecuencias que sus acciones tienen en los demás y en él mismo. Eisejuaz desea creer, pero ese deseo se ve obstaculizado por la frontera no sólo física en la que habita: los dioses crueles de la naturaleza siguen allí, y el Dios cristiano retribuye cada gesto de caridad con dolor y pérdida. Ni siquiera en el último momento deja de ser piadoso, sin embargo; pero esa piedad es dañina, para él y para los suyos.
Gallardo conoció al hombre que inspiró el personaje de Eisejuaz en la provincia argentina de Salta en 1967; si resulta inolvidable es también (y principalmente) a raíz de la lengua que concibió para este monólogo de enfermedad y muerte: una lengua de dobles negaciones (“Nada le hablé”, “Nadie no podrá”), desplazamientos gramaticales (“No se comemos gente pero sabemos matar”), silencios y formulaciones elípticas y de rara plasticidad que, al tiempo que rechaza implícitamente las formas tradicionales de representación del habla rural argentina, convierte a Eisejuaz en un profeta incendiario, que se despide del mundo con las palabras “La piedra que fui se ablandó; dejó libre el hueco. Aquel barro que él fue se lavó. Ya cumplimos. Queda el camino limpio. ¿Qué diré ahora? Diré: Bueno. Como la semilla en su ceguera, sin conocer el árbol de mañana”. Algo en esa lengua recuerda las obras de Juan Rulfo, Mário de Andrade, Antonio Di Benedetto y João Guimarães Rosa: Sara Gallardo (popular en vida, olvidada a continuación, recuperada afortunadamente en los últimos años) no fue menos talentosa que esos autores, y Eisejuaz (que la pequeña editorial boliviana Dum Dum trae ahora tras su recuperación en 2001 en la serie Clásicos de la Biblioteca Argentina, dirigida por Ricardo Piglia, y su publicación en El Cuenco de Plata en 2013) es una gran oportunidad de comprobarlo.


Eisejuaz. Sara Gallardo. Dum Dum Editora, 2017 174 páginas. 10 euros

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