sábado, 10 de junio de 2017

TODOLOGÍA || Para leer sin prejuicios | Babelia | EL PAÍS

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Para leer sin prejuicios

Padre de la ‘todología’, pensador mal comprendido, semillero de ideas… De Fernando Savater a Adela Cortina pasando por César Rendueles y Marina Garcés, ocho filósofos definen a Ortega y ofrecen una lectura a la altura del siglo XXI del gran intelectual del XX

9 JUN 2017 - 15:07 ART

Ortega y Gasset visto por Cristina Daura

Ortega y Gasset visto por Cristina Daura



Fernando Savater. Laico, gracias a Dios
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Creo que Ortega es un autor discutible. Lo digo como un mérito, porque en filosofía los autores indiscutibles, es decir, aquellos que hay que aceptar o rechazar tal como vienen porque no admiten la tarea de la argumentación racional (como Heidegger, por ejemplo), suelen servir para poco o para demasiado. Ortega además es un semillero de ideas, incluso contra sus más caras conclusiones: tanto si le seguimos como si adoptamos la dirección opuesta, siempre abre trocha. O sea, que nunca se le lee en vano. Y además es un pensador laico: ¡en esta España nuestra, qué bien, loado sea Dios!

Beatriz Sarlo. La emoción de las masas
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Para gente como yo, formada en los años sesenta del siglo XX, hubo puntos ciegos, ignorancias cuidadosamente practicadas. Una de ellas fue Ortega y Gasset. La cultura y la teoría francesa dominaban nuestra formación y nuestro imaginario. Barthes, Lévi-Strauss, Althusser, la revista Tel Quel. Ortega no pertenecía a ese mundo. Mi primera sorpresa fue que Pierre Bourdieu lo citara. Leí La rebelión de las masas y me di cuenta de que ese gran ensayo encaraba la cuestión social y cultural que preocupó al siglo XX. Hace poco, en Harvard, me emocioné frente al manuscrito de una carta que Ortega y Gasset había enviado a Victoria Ocampo, su gran amiga. Tarde llegaste a Ortega, me dije.

Antonio Valdecantos. No tan castizo
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En España son multitud las disputas —inteligentes o banales— en las que se acaba recurriendo a Ortega. Nada tiene de extraño que así ocurra, porque Ortega selló con su impronta toda la historia intelectual española del siglo XX. Pero ha hecho falta que la categoría de vida pase al primer plano del interés (a partir de las discusiones francesas e italianas sobre la biopolítica) para que se haga urgente otra manera menos castiza de leer a Ortega: la de un eslabón imprescindible en la cadena que une a Nietzsche y a Bergson con Foucault, con Agamben o con Esposito. Un eslabón cuya marca de origen nacional ya es, ciertamente, lo de menos.

Marina Garcés. Pasado necesario
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El primer libro que me regalaron, cuando decidí estudiar filosofía, fue Ideas y creencias, de Ortega. Aún lo tengo subrayado con esmero y sorpresa. Después fui leyendo otros y, con ellos, un ensayo tras otro de María Zambrano. Aún no había terminado primero de carrera cuando este camino de descubrimientos se interrumpió. Se impusieron los autores a estudiar y los autores a descubrir. Me parece importante que se editen y se discutan los textos de autores como Ortega por una razón: más allá de su obvio interés, en este país no leemos nunca a las generaciones anteriores. Ni viceversa. Hay un solipsismo generacional que en cada periodo acaba teniendo consecuencias históricas devastadoras.

Amelia Valcárcel. El inventor de castellano filosófico
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Ortega, que es uno de los grandes, trabajó en un momento crítico de la historia española y eso alteró su recepción durante el franquismo. Yo conocí a gente que se declaraba antiorteguiana y que era, por el contrario, neoescolástica. Otro de sus problemas es que la filosofía que se hace en los años veinte ­—la suya está muy marcada por Simmel— y la que se va a hacer en los años setenta —neomarxista y analítica sobre todo— no se parecen en nada. Ahí no tuvo lugar. No obstante, le debemos dos cosas importantísimas: 1) fabricó de arriba abajo el vocabulario filosófico español, algo que el castellano, por falta de tradición, no tenía; 2) abrió el pensamiento español a tradiciones foráneas a las que se había resistido.

 Javier Gomá. Un gran talento sin genio
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 Es el talento más grande que ha tenido el pensamiento —diría incluso la literatura— español. Ortega es un talento supremo sin genio. Entendiendo por talento la inteligencia y la capacidad de asimilar, componer y exponer las ideas de otros. Y entendiendo por genio la capacidad de alumbrar ideas nuevas. Su gran aportación es más sociológica que filosófica y se relaciona con la teoría de las élites y la sociología de masas. Pero antes que filósofo o sociólogo, es el gran educador de España, a la manera de Goethe en Alemania o Rousseau en Francia. Esa persona que compendia el saber de su época y civiliza a todo un pueblo en una dirección positiva.

Adela Cortina. Un legado irrenunciable 
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La herencia de Ortega sigue siendo estimulante. Su diseño de una razón vital, histórica y narrativa; la concepción de la ética como moralita, que es un explosivo tan potente como la dinamita, y no moralina empalagosa; la convicción de que la moral es aspiración y proyecto, y no un arma arrojadiza que sirve para tachar a los demás de inmorales; la idea de la técnica como adaptación creativa del medio al hombre; la necesidad de cultivar la excelencia en la vida pública para construir una buena política, especialmente un auténtico socialismo liberal; la visión de una España indeclinablemente unida a Europa y tantas otras propuestas constituyen un legado irrenunciable.

César Rendueles. El primer todólogo
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Creo que Ortega y Gasset pagó el precio de fingir que era un intelectual europeo convencional —capaz de simultanear una actividad académica intensa con las intervenciones responsables en la esfera pública— en un país donde tal cosa era imposible. Algunos de sus escritos filosóficos más técnicos, como La idea de principio en Leibniz, son muy buenos y, por supuesto, como ensayista podía resultar muy iluminador. Pero también es cierto que a menudo su obra está por debajo de su talento y seguramente no es exagerado considerarlo el padre fundador de esa disciplina intelectual tan vigorosa en nuestro país: la todología.

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