viernes, 7 de abril de 2017

MEDIO SIGLO || 50 años de ilustrada soledad | Cultura | ElPaís

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50 años de ilustrada soledad

Una edición con dibujos de la chilena Luisa Rivera celebra el medio siglo del libro más famoso de García Márquez


Ilustración para el primer capítulo de 'Cien años de soledad'.
Ilustración para el primer capítulo de 'Cien años de soledad'. 

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Es uno de los libros fetiche de la historia de la literatura y se ha editado en pasta dura, en bolsillo, en facsímil. Faltaba una edición ilustrada y la editorial Penguin Random House ha esperado un sonoro cumpleaños, el 50, para sacar Cien años de soledad a las librerías a todo color, una elegante edición para la que se ha contado con la ilustradora Luisa Rivera (Santiago de Chile, 29 años). Actualmente afincada en Londres, Rivera ha trasladado el realismo mágico de sus dibujos a las famosas páginas del colombiano.
Con un currículo nada desdeñable, Rivera ha tenido la oportunidad de “dialogar” con uno de los grandes, el colombiano Gabriel García Márquez (Arataca, 1927 - Ciudad de México 2014), premiado con el Nobel en 1982. Ella habla con todos los autores, “estén vivos o no”, cuando tiene que dibujar sus historias. “Busco información, trato de entender sus procesos. Esta vez pude conectar con uno de mis favoritos y me siento muy afortunada”, contesta mediante un correo electrónico desde la capital británica.
El director editorial de Penguin Random House, Claudio López Lamadrid, está satisfecho con el resultado, “elegante y económico” que permite una compra por 24,90 euros. Recuerda que esta edición ha tenido otro singular padrino: el hijo del escritor, el tipógrafo Gonzalo García Barcha, que ha creado el tipo de letra, Enrico, en especial para el libro. Las capitulares están adornadas por la ilustradora.
Cien años de soledad es un libro que sigue leyéndose en los centros escolares y que siempre será un objeto de regalo. “Creo que es un fetiche”, dice López Lamadrid. Esa edición también puede serlo. Las páginas ilustradas se han troquelado con unas gotas de lluvia que transparentan las letras, y reciben y despiden al lector los peces dorados que fabricaba el coronel Aureliano Buendía como Penélope, tejiendo y destejiendo.
Sin ideas preconcebidas
Por ser tan conocida la historia, Rivera ha querido huir de “ideas preconcebidas, lo cual es muy difícil cuando trabajas con una obra tan arraigada en tu propia cultura”. Por lo mismo, “Decidí que Gabo iba a ser mi guía. Estudié mucho el libro, pero además recolecté información, entrevistas que le hicieron, discursos, historias. Todo aquello que me ayudara a entender el origen de esta historia, una de mis novelas favoritas”.
La paleta de colores es unificadora, entrelaza las ilustraciones de principio a fin. Predominan los verdes y azulados, tostados, ocres naranjas y siempre con brochazos blancos de luz. “En términos de colorido, queríamos algo que rescatara las descripciones de los lugares pero que añadiera ese toque extraño, propio del realismo mágico”, donde el pensamiento y el pincel de Rivera se sienten cómodos. No en vano, la obra se cimenta en las raíces de América Latina. “Este libro es muy importante porque habla de nuestra identidad, de nuestra historia, de nuestros conflictos políticos”.
Entre los trazos coloreados de Rivera se cuelan las ranas y los pájaros, las charcas y los juncos, las gallinas con sus huevos y el río con los suyos. Y la lluvia constante que riega la vegetación exagerada de ese lado del mundo. “El realismo mágico ha influido muchísimo mi trabajo, porque para mí es más que un género, es un estado mental y creativo”, explica esta mujer que proviene de una familia con “una veta artística inclinada hacia la música”, que siempre le ha servido de inspiración.
La naturaleza es una constante en su obra. La que imagina para un texto de realismo mágico "responde a la misma lógica de la narrativa: no es fantasía, ni surrealismo, más bien es lo extraño expresado como un elemento cotidiano”. “En ese sentido, me interesaba que las ilustraciones tuvieran esa mezcla de lo coherente y lo irreal”, dice.
Rivera no imita la naturaleza que ve, “como lo hacían los naturalistas”, sino que mezcla elementos e inventa otros, “lo cual funciona bien para Cien años de soledad”, un libro cuyo principio pueden recitar varias generaciones y estremecerse con “el pavoroso remolino de polvo” que pone fin a la historia.

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