jueves, 6 de abril de 2017

LA TEORÍA DE LOS EPIGONALES || [Henciclo] interruptor - Tan tarde como hoy - la columna de H enciclopedia

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interruptor_ Tan tarde como hoy



ARTE O TÉCNICA

Tan tarde como hoy

Amir Hamed



El epígono es aquel que llega tarde. Todo ha sido creado y lo que le queda es repetir modelos cada día más gastados. Es curioso que en estos tiempos, donde la palabra que campea es “innovación”, todo a lo que asistimos, en las artes y el pensamiento, resulte epigonal.
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Cabría observar lo siguiente. En términos estrictos, el epígono, menos que artista, es un técnico. Como se sabe, la palabra griega tejné no distingue entre arte y técnica. Es su traducción latina, ars-artis, las que nos ha dado el término arte. Sin embargo, por más imbricados que estén ambos, se puede distinguir entre ambos: difícilmente el artista pueda llegar a algo si carece de técnica; pero seguramente el mero técnico, que es el repetidor de una práctica, está a años luz del arte. ¿Cuál es la distinción final? El artista tiene algo para decir, que lo hace único, que lo hace negar los modelos precedentes. El técnico craso nada tiene para decir. El artista, por decirlo así, es un original: en él está el principio de la obra. El técnico se resigna a ser el último de una cadena de diseño y ensamblaje: un epígono.
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En pocas disciplinas se puede observar mejor que en la industria de las películas cómo la técnica, en estos tiempos, se ha comido al arte. Hollywood acumula efectos especiales que obsolescen sus producciones a la velocidad del sonido. Ya no importan los guiones, ni la fotografía, siquiera la actuación. Una película, hoy, viene a ser una magna guerra de pixeles. En algún lado he escrito que el cine se terminó con las escuelas de cine. Antes, cuando era un territorio inexplorado al cual los cineastas traían sus saberes (de la ópera, del teatro, de la fotografía, de la música, del comic, etc.) era cine, campo fértil para la creatividad; en otra parte también dejé constancia de que, más que nada, Hollywood solo puede dar cuenta de cómo se destruyen cosas en persecuciones alocadas y en farsas de Armagedón. Decía William Blake que crear una flor era labor de eras; Homero, en medio del horror de la guerra, expandía imágenes de tiempos de paz, incluso en las armas alababa la paciencia del orfebre, precisamente el flanco artístico de la tejné. La técnica sola parece estar ahí nada más que para hablarnos de la destrucción.
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En una entrevista, Werner Herzog contaba que, cuando les preguntaba a sus estudiantes de Stanford qué cosa era la verdad, le respondían, para su horror, “los hechos”. No, respondía Herzog, cuando uno alcanza una verdad alcanza una cosa incandescente. Tiene razón: en este mundo miserablemente sociologizado, mistificado por las estadísticas, no hay arte, porque no hay arte sin verdad y sin trascendencia.  Hay, sí, técnicas. La lamentable tendencia de la industria editorial en exigir géneros, a través de los cuales codificar la producción literaria, está convirtiendo la literatura en su propio subgénero. Y cuando no hay técnicas, hay pamplina, como el arte conceptual que está ahí para decir ni siquiera soy capaz de crear una obra que se parezca, mínimamente, a una obra.
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Hay de todas formas, un dato incluso más alarmante: en algunos casos, como en el de la filmación, ya ni siquiera hay técnica. Se han olvidado los rudimentos. Quien esto escribe pasa muchas horas frente al televisor encendido pero sin volumen (muchas cosas de la imagen se aprecian mejor sin volumen). Merced al silencio uno puede ver televisión sin mirarla, mientras atiende cosas más importantes. Lo que asombra es la pésima calidad de la fotografía, carente por completo de profundidad. En Sony y Warner, por ejemplo, abundan las series basadas en comics cuyos superhéroes deambulan en un mundo plano al que solo saben dotar de una negrura que en nada logra disimular su falta de profundidad.
Alguna vez, la hondura gótica del superhéroe estaba dada por imágenes de profundidad y contraste. Y cuando no era dable esa profundidad, por guiones escrupulosos en clave de farsa que nos daban, por ejemplo, la antiquísima y todavía disfrutable serie de Adam West. Superhéroes y villanos (actuados por César Romero o por Burguess Meredith) conocían con perfección su papel: conocían su por qué y su lucha. Hoy, cada Batman o Flash, cada Flecha Verde se mueve desconociendo a cabalidad por qué combate. Un documento inmejorable de esto es la reciente Batman vs Superman. Dawn of Justice. El Armagedón inminente, asqueante en sus efectos de computadora, se vuelve francamente deseable ni bien uno advierte cómo discurren los superhéroes, abombados por su naturaleza, sin enterarse en momento alguno de por qué están haciendo lo que hacen (y como es de esperar, el Armagedón no llega).
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Con la música sucede algo del mismo orden. Campeones de la digitación no pueden sino sonar chatos, incapaces de entender lo que están tocando. Todo, incluso loscovers del rock más aullado, deviene el más desalmado pop. Esto se registra por doquiera pero se lo puede calibrar, concentrado, en el furor de programas de competencia de canto como The Voice, una suerte de karaoke de alta gama, o en la atroz serie Glee, epítome del neomal, dedicada a arruinar, en cada capítulo, media docena de clásicos. Es en este marco que cabría entender la aparición del impecable Blue and Lonesome, el último disco de los Rolling Stones. Se trata de una compilación de covers de blues, el género que los Stones abrazaron desde un comienzo y del que se volvieron evangelistas (claro que, como eran mucho más artistas que técnicos, por entonces, mientras creían replicar el modelo estaban generando algo nuevo). Estas páginas publicaron, ya hace buen tiempo, una espléndida columna de Gustavo Espinosa explicando que las leyendas del rock se convertían, por defecto, en músicos de blues, en ejecutantes de un saber. Se dijera que los Stones, que siempre fueron bluesmen y cuya creatividad anda extraviada hace ya buen tiempo, pueden todavía defender la técnica, seguir mostrando a generaciones que la han perdido cómo es que se hace el blues; dónde está el origen de eso que fuera una edad, el rocanrol. En fin, que la única razón por la cual unos septuagenarios forrados de millones insistan en tocar y grabar y convertirse en epígonos de sí mismos es combatir el olvido, para rescatar el tiempo a sabiendas de que es tarde.
Muy tarde. 


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el dispensador dice: a veces, sólo a veces, quizás muchas veces, suelo decirme a mí mismo que esta película ya la ví... este cuento ya me lo contaron... esta mentira ya me la dijeron... esta historia ya me la escribieron, y encima tuvieron la suerte que la leyera... así como esa excusa ya la usaron para conmigo... ése argumento fue copiado a otro que lo dijo antes... y esos extraños etcéteras que se transitan en la vida donde uno va descubriendo que las palabras casi nunca coinciden con las intenciones subyacentes y muchísimo menos con los hechos que se recitan pero que no existen... ¿raro?, real, demasiado real... me gustaban los Beatles, no los Stones... ¿por qué?, porque en los primeros sobraba el genio y en los segundos sobraba la copia velada de acordes tejidos... pero me sucedía algo parecido con Bach, con Mozart y Tchaikovsky respecto de otros... debe ser por eso que me embelezaba Piazzola, Alejandro Lerner y sobre todo, Lito Vitale... y debe ser por esa misma razón que sintonizaba con el Cuchi Leguizamón, con Jaime Dávalos y con Manuel J Castilla... las afinidades son extrañas y nunca son explicables... ah, sí, siempre me gustó la literatura y ni te cuento la música, que traigo de mi madre, en mi esencia y en mi karma, aún cuando jamás pude estudiar piano, aunque lo deseé y mucho, pero hay puertas que, cuando no se abren, hay que dejarlas cerradas... no me sucedió eso con la escritura y hace apenas unos días descubrí que tenía cerca de ochenta registros de propiedad intelectual, casi olvidados, porque lo que se ha escrito, reza un viejo adagio, no debe ser releído... debo aclararte que mi primer registro lo cursé allá por 1969... y de los anteriores ni me acuerdo... se habrán perdido... ya que a falta de altillo, iban quedando relegados entre montañas de papeles que alguna vez me saquearon... como sea, no soy de los que viven de los recuerdos, y soy de aquellos que cuando gira la página ya asume lo anterior como pasado, esto es que ni se vuelve la mirada, ni se regresa jamás...
no obstante ello, uno percibe que el pasado se repite sistemáticamente entre las gentes que no maduran, entre los mercaderes de los recuerdos inútiles, entre los repartidores de mierdas, entre los que necesitan copiar a los otros para saberse vivos, entre aquellos a los que no se les cae una idea y que viven asaltando creatividades ajenas, entre las personas que hacen de la mentira un culto, entre aquellos otros que viven de la excusas oportunistas y de las otras, y ni qué hablar si se trata de radio y televisión donde los formatos se repiten como calcos, cambiando a los actores pero repitiendo los guiones, que alguna vez tuvieron éxito, pero que ahora se opacan de tan gastados...
últimamente veo con cierta sorpresa que, los que llegan tarde a sus propia vidas son cada vez más, algunos por estar peleados con sus destinos, otros por no aceptar las gracias que les han concedido, otros por estar contrariados con sus dones, algunos (no pocos) por no ganar dinero a mansalva con sus talentos, y numerosos etcéteras que comprenden a las artes, las profesiones, la cultura en todas sus facetas, y también, por qué no, las intimidades...
desde luego, los que llegan tarde según la teoría de los atajos y la otra de las diagonales, siempre andan explicando lo inexplicable y justificando lo injustificable, y en lo personal los defino como: "los buscadores de culpables", o bien, "los fabricantes de culpas", ya que siempre necesitan enchufar la miseria propia en espalda ajena... eso los hace sentir de maravillas... como si le chupasen la sangre a la víctima, renovándose para vivir cien años más, aunque te cuento que he comprobado que todos esos aprendices del Conde Drácula, finalmente mueren, igual que todo el resto... y curiosamente, son rápidamente obviados al punto de ser olvidados al segundo siguiente de la última respiración...
traducido: los miserables y los mezquinos que suelen vivir a costillas de los esfuerzos ajenos y de las voluntades robadas, mueren en soledad... tan miserablemente como supieron vivir... por lo que se debe extraer que esa gente "llega tarde" a su muerte así como "llegó tarde" a su vida, desperdiciando todas las oportunidades que les llovieron...
es así que la gente que llega a tarde a sus vidas, termina negando sus destinos, burlando sus gracias, despreciando la creación, ejerciendo una extraña intolerancia que refleja lo miserable de sus intereses, y la mezquindad de sus conveniencias, siendo de esos que hacen solidaridad barata para salir en la foto, o bien, siendo de esos que muestran misericordia de ocasión para que los aplaudan, o bien, mostrando compasión de segunda mano para aparecer en la foto que los inmortalice... nada sirve... eres lo que haces... y si no lo haces, no eres...
de esa clase de gentes, el común denominador es que siempre llegan tarde... sea por el empleo antojadizo de atajos... sea por el uso imprudente de las diagonales... sea por el desconocimiento de los significados de la música de las esferas... sea por la negación de la geometría cuántica del espacio... empeñándose en demostrar que ellos no llegan tarde, sino que es el tiempo el que se les adelanta... 
yendo más lejos, el que llega tarde no lo hace a un eventual encuentro, a una cita, a una labor, a un compromiso, ni siquiera a una promesa... el que llega tarde demuestra que aquello que lo esperaba, no tiene valor alguno (para él)... por lo que le da lo mismo el antes que el después... el derecho que el revés... y cuando el hueco se impone, lo epigonal... descubre lo que el aura enseña, y lo que el color que ella posee, dispone. ABRIL 06, 2017.-

a esta altura de mi vida, creo en los interruptores mucho más que en la corriente contínua.


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