jueves, 6 de octubre de 2016

CAMINO DE REGRESO 30

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el dispensador dice: el cartel indica varios destinos... la bicicleta no es mía... y el camino es hacia arriba, o sea que es preferible el vehículo que los pies, dependiendo ello de la edad, las ganas, y el poder disponer de viento de cola... cuando llegas a Molinos (éste, no el de la Ruta 40), debes tomar un desvío, siempre de ripio, que se abre sobre tu izquierda, subiendo... es necesario ir despacio porque las piedras te pueden jugar una mala pasada... en especial cuando sopla el viento de cordillera... además dicho camino tampoco permite la velocidad, so pena de terminar estrellado en alguno de los tantos ángulos que aparecen de golpe... he ido más de un docena de veces... más de dos docenas veces... quizás tres o cuatro... y me lo conozco de memoria, pero te reitero, es una huella de cuidado y para cuidarse... ya que se va estrechando hasta permitir el paso de un solo automóvil, mejor si es camioneta, pero aún cuando llegues a lo que creerás el pié de la montaña, deberás colocar el transporte al reparo de algún árbol y seguir la senda caminando, ya que se hace ciertamente peligroso para maniobrar sin golpear alguna de esas temibles piedras con forma de pelota de rugby, pero mucho más grandes, piedras que suelen soltarse de las laderas y buscar el vacío profundo que ladea el río, hilo fino o grueso según la época del año que circula por allá abajo... a unos cien metros, poco más, poco menos... cuando comienzas a descubrir los recovecos del lugar, hallas ollas de agua cristalina donde los pies se regocijan agradecidos... y puedes quedarte horas sentado en una roca, viendo pasar el tiempo... pero te aclaro que no he tomado fotografías, por respeto a los espíritus del monte, a los duendes, a los distintos, y a todos los invisibles que pululan por dichos parajes, incluyendo mi alma que permanece allí aún cuando me voy... algo me llamo... y subo, cada vez con más dificultad, pero subo... desconociendo la altura que estimo en superior a los dos mil metros, tal vez más, porque el valle se ve lejos y pequeño, tan pequeño que casi no se distingue lo que hay allá a lo lejos... aunque se ve algo inimaginable... a veces voy hablando con mi consciencia y otras tantas con mi ángel de la guarda... pero siempre asciendo acompañado de mi cristal de roca y su paz... a paso lento, porque mi humanidad ya no responde y las heridas de guerra duelen cada día más... más aún, te diría que no es bueno sacar fotos... porque te pierdes los detalles que aparecen en cada vuelta... además, dependiendo de los días, sobra o falta el aire... y es preferible, siempre, ir despacio...
llegué a la casona abandonada por casualidad... que aparece luego de una hondonada y un arco de roca viva... allí ya no era posible seguir subiendo con el auto, así es que me detuve al pie de un frondoso árbol, que por su ubicación produce una falsa escuadra perfecta para detenerse y mirar, contemplar, apreciar y admirar semejante belleza paradisíaca... hay un caserón sobre el lado derecho del camino y el abandonado está sobre la ladera de la montaña... por lo que he visto, la obra pretendía ser grande y amplia... pero algo inesperado interrumpió su construcción... hay evidencias de un rayo en un generador que parece haber estallado... y desde luego la naturaleza ha hecho de las suyas... tapando de yuyos y con yuyos cada espacio de la terraza donde se encuentra enclavada el caserón olvidado... vid de uvas pequeñas, negras, extremadamente dulces... y luego una terracería incaica que no figura en los mapas que se alza por varios cientos de metros hacia arriba, de mayor a menor, unos seiscientos metros... donde aparecen árboles frutales de los que se te ocurran, incluyendo castaños de más de cien años... prudente es decirte que el lugar merece cuidados y precauciones, ya que cada terraza puede ser subida no sin esfuerzo, pero luego se hace muy engorroso el descenso... cuando tenía menos años me resultaba bueno subir por allí, pero hoy día me es imposible ya que no me responden ni los huesos ni la columna... y ya no voy con tanta frecuencia porque dado que el alma se queda allí, suelo volverme solo de cuerpo... las gentes no van por allí... así es que la aventura amerita de cuidados ya que si te sucediera algo, no habría a quien recurrir... y la noche en dichos lugares no es buena porque es zona de felinos...
hace tiempo ya descubrí que varios kilómetros hacia arriba, posiblemente dos, quizás tres o cuatro, se abre un claro en la ladera de la montaña que te permite ascender por una pendiente suave hasta alcanzar un canal de agua de deshielo que seguramente hicieron los nativos del lugar varios siglos atrás, cuando los cristianos no habían aparecido por dichos lares, y cuando los patrones de estancia no se habían apropiado de sus suelos protegidos por la virginidad del sentido de pertenencia a la tierra donde eres parido... parideras hay muchas... morteros muchos más... y aún quedan antiguos muros del imperio incaico, perdidos por los senderos de mula que ya no transita nadie... en mi locura intensa, he sabido aventurarme costeando el canal de aguas rápidas que circula a gran altura, en desniveles que en algunos tramos despliegan más de quinientos metros de caída libre... y siguiendo justamente esta obra hidráulica desconocida, propia del genio de los pueblos originarios, fui pegando vueltas hasta que de pronto quedé enfrentado con el vacío profundo... delante el valle y del otro lado, a unos diez kilómetros, otra cadena de montañas partiendo al medio el paisaje... desde allí la visión es pavorosa... mil metros por debajo se va desgajando el valle de los viñedos y de los montes con sus desiertos... y te quedas ahí como un tonto, absorto de tanta naturaleza junta... asumiendo que estar en dicho borde es una bendición y que, el haberlo descubierto lo hace una doble bendición... donde por un lado te sientes elegido... y por el otro lado sabes que en ése vacío mora el Dios de toda la creación... sobre tu derecha y varios cientos de metros por debajo están las terrazas incas abandonadas vaya a saber cuándo... allí he encontrado cacharros rotos, algunos de cerámica marrón, otros de cerámica negra, y algunos con dibujos... los que he dejado depositados en el mismo lugar donde los encontré... porque pertenecen a la tierra, junto con los que por allí anduvieron siglos atrás... 
mi alma me ha pedido quedar allí para siempre... y le he dicho que sí de buen grado... ya que cuando te pierdes, también te encuentras... te cuento que he seguido ladera arriba hasta que las dimensiones de los desniveles impiden subir sin equipo de alta montaña... lo he hecho siguiendo el mismo canal, en sentido inverso, hacia las alturas que superan los cuatro mil metros y más... he visto granizar las cumbres y te quedas paralizado por un espectáculo que se produce en solitario... escasos pobladores de la alta montaña saben de él... y a dichos parajes no llegan los turistas... lo cual ha salvado este exceso de Dios para aquellos locos que, como yo, sabemos dejar las cosas cómo están y dónde están, por amor al mañana necesario... por respeto a los ancestros que por allí pasaron... y las fragancias que salen de no sé dónde se manifiestan hasta envolverte... y entonces que Dios está allí, mirándote... dándote una mano para que descubras los secretos de la Tierra paralela, la contigua y la simultánea... y no quieres irte... porque la felicidad y la paz se respiran en estéreo... sí, te digo que he decidido quedarme allí... en la consciencia que encontré el paraíso antes de morirme, y eso, querido amigo, no tiene precio... 
fui esclavo durante muchas décadas... esclavo de las miserias humanas... esclavo de las mezquindades contenidas en los mezquinos y sus ruines pensamientos acerca de cómo se roban voluntades y esfuerzos, para luego convertirse en víctimas de sus propias mentiras... victimizándose ante terceros crédulos por conveniencia de partes... algo me hizo romper las cadenas y sentir ése extraño murmullo que emerge de la libertad de alma y espíritu, algo que jamás abandoné, aún sabiéndome cautivo... por eso la libertad tiene otro sabor... saber que has dado todo sin pedir absolutamente nada a cambio... y tener la paz suficiente como para cerrar la puerta e irte con lo puesto, mientras te insultan, mientras inventan historias que te acusan, mientras dibujan un pasado a medida de sus negligencias... tal vez por eso amo las piedras... porque he aprendido a hablar con ellas... y ellas mismas me han dicho que a pesar de ser extranjero de este planeta, quieren que permanezca allí, en ése para siempre que nos concede la eternidad de las estrellas. OCTUBRE 06, 2016.-

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