domingo, 21 de octubre de 2012

ARRABALES ▲ Mucho más Modiano | Cultura | EL PAÍS

Mucho más Modiano | Cultura | EL PAÍS

Mucho más Modiano

De nuevo el particular universo literario del autor francés. La escritura, pulida como el mármol, atrapa paisajes parisienses y el desamparo de los personajes




Barrio de Marais, en París. / Gamma-Rapho via Getty Images




Barrio de Marais, en París. / Gamma-Rapho via Getty Images

Barrio perdido
Patrick Modiano
Traducción de Adoración Elvira Rodríguez
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2012
216 páginas. 17,95 euros

Flores de ruina /
Perro de primavera
Patrick Modiano
Traducción de Gabriel Hormaechea
El Aleph. Barcelona, 2012
188 páginas. 16,95 euros


La literatura escrita desde la autenticidad y, por qué no decirlo, desde el dolor, siempre acaba imponiéndose. Cuando es muy personal y de estilo muy marcado, necesita tiempo. Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) va viendo cómo sus libros calan en los lectores en español. Los últimos años han aparecido Villa triste, Calle de las tiendas oscuras y la llamada Trilogía de la ocupación, que recoge sus primeros títulos. En casi todas estas novelas el escenario es París. Una ciudad convertida en complejo personaje literario, con sus esquinas, sus barrios y sus plazas que corresponden a las emociones, las dudas, los heroicos fracasos del narrador. El París de Modiano late, sufre, recuerda. Es el negativo de la ville lumière de Victor Hugo. Una encrucijada de mínimos complots y desencuentros que revelan la rotunda categoría de las sombras, su poderosa huella dejada en la memoria como un estigma. Sus personajes, incluso los más velados y tenues, se imponen a la imaginación del lector con la impronta de los sueños. Y la atmósfera, el halo que rodea como una tela de araña sus historias, se enseñorea del argumento, de los personajes, para acabar siendo la final sustancia de su literatura, en una pirueta narrativa que viene de Kafka.

La escritura de Modiano tiene la sencillez de lo que se ha trabajado como un mármol hasta que no queda ni un mero arañazo de uña, sino el brillo sedoso de la frialdad, una frialdad a veces de morgue. Su primera persona es lacónica, habla entre líneas, se expresa mediante silencios. Y el lector, rechazado como un intruso al principio, va entrando poco a poco, como si hubiera de acostumbrar los ojos a unas imágenes que al principio parecen abstractas. Y son muy concretas. El escritor francés sabe siempre en qué órgano preciso de París sucede el dolor. Barrio perdido, novela de 1984, nos transporta a un apartamento de la place de l’Alma. Estamos esperando a que Carmen Blin se despierte. Aquí el narrador es un escritor de novela negra, Ambrose Guise, que regresa a París después de veinte años de ausencia. Es un julio muy caluroso, la ciudad le parece desierta y minúscula. Ni él sabe que ha venido para rastrear la sombra del joven que fue y la de quienes veía antes de que un crimen le hiciera huir a Inglaterra. Entonces se llamaba Jean Dekker. Y frecuentaba a la lánguida Carmen, a la fiel Guita, al abogado Rocroy. Así como al actor retirado Georges Maillot y los animosos Hayward, que desde la Rue Rodin movían al grupo como si fueran marionetas en su automóvil.

Guita sale de viaje y le deja las llaves de su casa, donde vivía con Rocroy. Allí Dekker se enfrenta al pasado, es decir, pasa al otro lado del espejo. Y ese lado, inseguro, en apariencia absurdo, intrascendente, tiene las claves extraviadas de su propia identidad. A través de Tintín, un operario de cine que persigue cada noche un auto en el que iría el desaparecido Maillot, entra en ese mundo que creía ido pero que sigue ahí. “Inicié mi vida con una salida en falso”, escribe. Ya ha sido engullido de nuevo por esa salida, que puede borrar de un plumazo veinte años de próspera identidad como autor y padre de familia.

A partir de ahí, entramos en el mundo Modiano. Un lugar donde nadie puede “estar”, pero al mismo tiempo nadie tiene permiso para salir. Una trampa de la vida y la literatura. Esperamos que Carmen se despierte, guardada por el celoso mayordomo, o que vuelva de una noche interminable. Recorremos una vez y otra, bajo la luz de las farolas, la avenida del Presidente Wilson, la avenida Montaigne, la Place de l’Alma, la Course de la Reine. Todo un barrio perdido, nocturno, desierto salvo por esos personajes. Sin ellos, sin la golpeada novia de Ludo, la vida de Dekker no existe. Una vez recobrado el barrio perdido, la morfina de la memoria, uno puede olvidarse de todo.

Patrick Modiano es el escritor del desamparo. Sus personajes buscan el calor humano que el pasado les negó y a él se aferran como lapas, intentando incluso para ello, como el narrador de Un pedigrí, una obra autobiográfica, “hallarle un misterio a aquello que no tenía ninguno”.

Flores de ruina y Perro de primavera son dos nouvelles de principios de los noventa, cuya traducción habría podido ser más cuidada. La primera se centra en una obsesión, descubrir por qué se suicidó una pareja en los años treinta. La segunda es la semblanza de un fotógrafo que desapareció en México. Jansen necesita expresar el silencio con sus fotos. Y el joven que ordena su archivo, alter ego del escritor, comprende que lo que él quiere es “crear el silencio con palabras”, hacer hablar a los puntos suspensivos. Desamparo, dolor, silencio: he aquí el fascinante mundo novelístico de Patrick Modiano.


Barrio de Marais, en París. / Gamma-Rapho via Getty Images



NOTA de la Wikipedia: Un arrabal (del árabe hispánico arrabaḍ, y este del árabe clásico rabaḍ)[1] es una agrupación orgánica (sin planeamiento urbanístico previo) de viviendas y comercios, normalmente asociado a clases bajas. El término se aplica normalmente para definir los crecimientos descontrolados que tuvieron lugar en las ciudades europeas durante la Edad Media. Cuando el territorio encerrado por las murallas comenzaba a escasear surgían viviendas en torno a las puertas, los caminos principales que partían de los núcleos de población y en torno a los nuevos monasterios que se fundaban allende las murallas. Posteriormente se hacía necesaria la construcción de una nueva muralla, más amplia, y los arrabales quedaban incluidos en la ciudad como barrios.

Las palabras "arrabal" y "arrabalero" entraron en el tango en 1919 de la mano de un poeta, Celedonio Flores, y salieron en los años de 1940 de la mano de otro poeta, Homero Manzi. Fueron 30 años en los que la geografía urbana fue uno de los temas principales de las letras de tango. 
El arrabal en el tango - Mayo 2007
http://www.tangoreporter.com/nota-arrabal.html






el dispensador dice:
me he perdido en tus días,
descubriendo tus rincones,
me he extraviado en tus noches,
revelando tus balcones,
me he reflejado en tus calles,
sentimientos a borbotones,
perfumes, baldosas, cordones,
distancias en músicas sin bemoles...

sabor a círculos,
fragancias sin ritmos,
huecos donde anidan vinos,
cuevas de poesías y desenfrenados desatinos,
escaleras que descienden,
submundos de murmullos batientes,
donde se esconden las bohemias,
de sus perseguidores vehementes,
allí huyen los poetas,
a cobijar sus romanticismos,
más allá son sólo abismos,
donde se exterminan las ideas...

recuerdo un París de monumentos,
otro imperial a cuatro vientos,
prefiero el arrabal incierto,
donde se pergeñan los conciertos,
sin orquestas ni instrumentos,
no hace falta la música,
cuando sobra el sentimiento.
Octubre 21, 2012.-

donde sobra la cultura,
la palabra y sus viveros,
no se carece de calle,
si la poesía está en su huerto. 

calles, callejones,
pasajes,  pasadizos,
escaleras, entrepisos,
sótanos, cobertizos,
donde la creación anida,
el arte cobra vida,
y al descubrirse en su día,
aquello que se comparte abriga.




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