viernes, 13 de julio de 2012

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Realismo con talento | Cultura | EL PAÍS

Realismo con talento

Todo suena a verdad en una película cuyas conclusiones solo pueden ser trágicas, que plantea los continuos dilemas morales de quijotes nada enloquecidos


Martina Gusman y Ricardo Darín, en 'Elefante blanco'.

Durante muchos y venturosos años hemos identificado la firma de Adolfo Aristarain con las mejores esencias del cine argentino. Es un autor que en los peores momentos puede resultar discursivo y en los mejores profundamente lírico, pero al que siempre conviene seguirle la pista, un director con personalidad, sentimiento y talento que ha hablado con complejidad sobre el estado de las cosas a través de personajes frecuentemente memorables. También es habitual la aparición de películas que tienen la coherente facultad de enganchar a todo tipo de público como El hijo de la novia, Nueve reinas, Kamchatka, El secreto de sus ojos y Un cuento chino.Hay algo común en esa lista, una de las razones de que el cine argentino actual desprenda tanto atractivo como veracidad y es el protagonismo de Ricardo Darín, un actor que está adquiriendo categoría de género, alguien cuya presencia garantiza casi siempre interés, que vas a encontrarte con historias y personajes que desprenden vida, que el precio de la entrada está justificado ante un tipo en posesión de magnetismo, matices, credibilidad y registros muy variados.

ELEFANTE BLANCO

Dirección: Pablo Trapero.
Intérpretes: Ricardo Darín, Marina Gusman, Jérémie Renier.
Género: drama. Argentina, 2012.
Duración: 106 minutos.
A falta de Aristarain (¿Qué ha sido de él? ¿Por qué no ha vuelto a rodar desde hace ocho años?) existe un excelente director argentino (hablo en primera persona, ya sé que hay otros y otras que parte de la crítica considera geniales y que a mí me provocan inmediata urticaria, como los vanguardistas Lisandro Alonso y Lucrecia Martel) que hace con continuidad películas, mejores o peores, siempre realistas y duras pero que nunca te dejan indiferente. Intentan retratar la vida sin adornarla, lo que cuentan y la forma en que lo hacen provoca desgarro emocional, hablan de la corrupción a múltiples niveles, de profesionales de la supervivencia en situaciones límite. Se llama Pablo Trapero.

Elefante blanco comienza en la selva, describiendo una matanza de indígenas por militares o paramilitares (me cuesta demasiado esfuerzo encontrar distinciones entre ambos cuando esto ocurre en Latinoamerica) y la estupefacción, el horror y la impotencia de un cura (en otras épocas se le podría integrar en la Teología de la Liberación, pero el Vaticano se encargó hace tiempo de establecer el orden cargándose ese movimiento de humanistas díscolos, o sea, de herejes) que se había propuesto echar una mano a los más necesitados.
Otro cura y antiguo amigo le convence de que su labor social la puede prolongar en una villa que está en el centro de Buenos Aires. El termino villa puede tener reminiscencias suntuosas. Esta es todo lo contrario. Es un sombrío barrio de chabolas acorralado por la miseria, con eternas y lógicamente incumplidas promesas de mejoras a cargo de los políticos, con la supervivencia como ejercicio cotidiano y épico, con críos cuyo presente y futuro más probable es la adicción al crack y formar el ejército callejero del trapicheo de drogas.
Hay gente, mayoritariamente curas, que se han propuesto la imposible misión de intentar arreglar las cosas con su patrimonio personal, su solidaridad, su comprensión y su esfuerzo, gente que se ha tomado en serio esos principios de su religión y de su profesión que consisten en ayudar al débil y al necesitado, de otorgar un poco de luz y consuelo a los océanos de lágrimas.

Todo suena a verdad en una película cuyas conclusiones solo pueden ser trágicas, que plantea los continuos dilemas morales de quijotes nada enloquecidos, de personas tan concienciadas con su miserable entorno como a veces hartas de una guerra que es imposible ganar, con ganas de huir y la obligación moral de quedarse, utilizados y despreciados por la jerarquía eclesiástica, conscientes de que la acción y los riesgos que implica debe imponerse a la bienintencionada inutilidad de las palabras. Trapero lo cuenta con intensidad y complejidad. Y Darín es ese transmisor ideal con el que sueñan los directores.


el dispensador dice: permitidme hablarles de la vida... ¿que si me gusta la capacidad actoral de Ricardo Darín?... sí, en verdad me complace su sentido de humor hacia la rutina y su confusión con cualquier realidad... supe ser chico, hace mucho ya... mi vida de pequeño oscilaba entre los barrios de Mataderos, donde mi padre tenía un taller de electricidad y mecánica del automóvil, allí en la calle Larrazábal casi Avenida del Trabajo... insisto, hace mucho ya. El contiguo barrio de Lugano donde estaba mi escuela primaria... y más allá de la Avenida General Paz, frontera con "mutantia", en Villa Celina, donde vivían mis padres y por ende yo mismo... algo así como una aventura del conocimiento y el arréglate como puedas y/o quieras. De allí mis afinidades por el club Nueva Chicago y otras camisetas de la B... cuando no había vacunas en las salas, sí las había en el seno de la ciudad oculta, esa misma que hoy oculta degradación social, pero que en la década de los años cincuenta sólo atesoraba pobrezas dignas... por entonces, andar por la ciudad oculta no entrañaba peligros de vida... y se entendía que las gentes de adentro (ciudad oculta), lo eran tanto (gentes) como las de afuera de ella. Claro está, era otra ARGENTINA, más sencilla, más barrial, menos de las segundas intenciones y sus oportunismos... es decir, las gentes tenían códigos que ya no existen... hoy, el mundo es algo semejante a un Jurasic Park interpretado por seres humanos sin alma (pocos) que devoran al modo de TRex a los inocentes y anónimos que sí guardan almas, espíritus y mucho más... por entonces (años cincuenta) el estado argentino estaba tan ausente como lo está hoy, siempre atrapado entre el gorilismo y los "antis", esos que te ahogan en falsas ideologías de la exclusión del prójimo "distinto". La ciudad oculta, con los años, se fue cubriendo de tinieblas... y como todo nicho donde se cultiva la pobreza, las miserias humanas se imponen a través de degradaciones sociales en escala, temibles, bordadas con los sellos del narcotráfico y al mismo tiempo del consumo de estupefacientes que va nublando la mente, permitiendo al estado ausente dominar las voluntades, comprar votos, y asegurar una caja política de "toma y daca" donde la persona no vale ni un centavo... de hecho así sucede... entonces la película vale como denuncia social, pero desde luego, nadie se hace cargo, mucho menos el estado que sigue ausente de criterios y responsabilidades... pero claro, el problema no es el estado político... es la gente... son las gentes. Cuanto mayor es la degradación más imponen las falsas democracias... populistas... que terminan favoreciendo a los intereses opuestos, a los corporativos que depredan sin cesar bajo el escudo del colonialismo que nos caracteriza... esto es que hablamos de soberanía, pero le vendemos el alma al diablo a cambio de mendrugos de pan... para luego hacer extensos discursos donde las palabras no reflejan realidad alguna, y además, tampoco conllevan contenido alguno. Desde luego, nadie reconocerá lo antedicho... las villas de hoy son algo semejante a "basureros" nucleares, sólo que en vez de uranios se despojan gentes que se van cayendo del sistema, inducidas por el estado ausente que dice una cosa y hace otra distinta... pero cuidado... el problema no es patrimonio de la Señora Presidente en ejercicio... no, antes bien es de la mediocridad social que nos tiene cercados entre el reclamo y la negación, para luego vestirnos de burlas y asistir al sentido de las conveniencias... y así estamos, pobres y con la dignidades devoradas. Te aclaro que no tengo modelos políticos, al menos no entre los actuales... modelos eran los de antes... los pensadores griegos y más aún, los persas, los indos y hasta los maya-quichés... estos no son modelos de pensamientos ni tampoco de ideas, mucho menos lo son de ideologías, apenas se me aparecen como "baratijas" del pensamiento "vago" por excelencia... no quieren hacer, tampoco dejar hacer, y se transforman en una máquina de impedir... y tanto es así que ARGENTINA siempre se me ha representado como una carrera con vallas, donde estas crecen en envergadura a medida que corres, y donde las personas (el eje de cualquier sociedad) siempre serán negadas según las concepciones del poder de turno. Desde luego, mi visión antropológica de la sociedad argentina y sus avatares, termina por excluirme del pensamiento colectivo, pero no reniego de ello... por el contrario, me impulsa a defender la postura del "eterno ninguneo" donde los ciudadanos comunes somos meros mortales con derechos móviles... según las conveniencias del estado ausente. Hoy, he llegado a la conclusión que en realidad, la clase política es la pobre... está pobre de ideas tanto como de iniciativas... está pobre de acciones y mucho más de solidaridades... está pobre de recursos del espíritu y más aún de innovaciones... cercada entre sus propias ignorancias y sus otras miserias humanas... de allí que la misericordia sea apenas una palabra, y la compasión sea la moneda de cambio que empaña a la solidaridad necesaria. Por supuesto, así no hay mañana necesario que valga... y lo que se hipotecan son los futuros de las personas, esas mismas que quedan encapulladas por las frustraciones que les impone un estado ciego, sordo, pero omnipotente. JULIO 13, 2012.-

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