miércoles, 4 de abril de 2012

PAPELES PERDIDOS || Inmortalidad en los recuerdos de la infancia, por William Wordsworth | Cultura | EL PAÍS

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Inmortalidad en los recuerdos de la infancia, por William Wordsworth | Cultura | EL PAÍS


Inmortalidad en los recuerdos de la infancia, por William Wordsworth

Con William Wordsworth continuamos la sección Poemas en Red

Evocación del fundador del Romanticismo inglés recogida en 'La abadía de Tintern'.

La obra ofrece una nueva traducción y prólogo de Gonzalo Torné

 


'Snap the whip', de Winslow Homer.
ODA: INSINUACIONES DE INMORTALIDAD DE TEMPRANA INFANCIA
IX
¡Júbilo! ¡En tus rescoldos
todavía hay algo que vide,
y la naturaleza aún recuerda
aquello que fue tan fugitivo!
Pensar en nuestros años pasados despierta en mí
una bendición perpetua: que no se dirige
hacia lo más digno de veneración:
el regocijo y la libertad, el credo simple
de la infancia, cuando se mueve o descansa,
con la esperanza recién desplegada todavía agitándose en su pecho:
no es por todo esto que yo elevo
mi canto de agradecimiento y alabanza;
sino por esas obstinadas interrogaciones
sobre el sentido y las cosas fuera de nuestro alcance,
porque lo que se desprende de nosotros, se desvanece;
por los miedos confusos de una criatura
que se desplaza por mundos que todavía no se han realizado,
instintos elevados ante los cuales
temblaba nuestra naturaleza mortal
culpable, sorprendida;
por esos primeros efectos,
esos recuerdos imprecisos
que, fuesen lo que fuesen,
no han dejado de ser la fuente de luz de nuestros días,
la luz maestra de cuanto alcanzamos a ver;
que nos sostiene y acoge, y tiene poder suficiente para
convertir nuestros ruidosos años en instantes del ser
del silencio eterno; verdades que despiertan
para no morir nunca;
¡que ni la apatía, ni los esfuerzos excesivos,
ni el hombre ni el muchacho,
ni todo cuanto está enemistado con la alegría
puedan suprimirlo ni destruirlo por completo!
Que durante las estaciones de clima más sosegado
aunque estemos alejados, tierra adentro
tengan nuestras almas una visión de ese mar inmortal
que nos trajo hasta aquí,
puedan en un instante viajar allá,
y ver a los niños jugar cerca de la orilla,
y oír a las poderosas aguas correr eternamente.

* William Wordsworth (1770-1850). Poema recogido en el libro La abadía de Tintern (editorial Lumen), que recoge una selección de algunos de los mejores poemas breves y menos difundidos, y ahora editados por Lumen en una nueva traducción a cargo de Gonzalo Torné.


el dispensador dice:
los papeles se han perdido,
estaba soñando dormido,
las visiones que he tenido,
me han despejado el camino,
aquel ángel que sigo,
me ayuda a diseñar el destino,
pero al correrse el abrigo,
y sentir algo de frío,
comprendí que como buen espejismo,
caminando por mis desiertos,
estaba soñando despierto...


observé todo el entorno,
las arenas eran un horno,
que envolviendo sensaciones,
me sostenían despierto,
por momentos quería estar muerto,
pero me alentaban los ruidos,
las arenas hacen trinos,
de ásperos pentagramas,
lo que no se ajusta a sus tramas,
se esmerila en remolinos,
cuando no atiendes tu destino,
se te queman las plantas...


no es mucho lo que he perdido,
entiendo el alma como abrigo,
asumo a mi ángel como amigo,
respeto la sabiduría de mi consciencia,
su asistencia y su presencia,
habiendo conocido las ausencias,
padeciendo las inclemencias,
de las vanidades humanas,
prefiero tomar distancia,
y conservando la elegancia,
defender las convicciones,
que identifican a mi alma...


tuve papeles perdidos,
y tuve ideas robadas,
los espíritus invasores,
y hasta las almas que engañan,
puede sufrir la guadaña,
de sus furtivas emociones,
aquello que se toma,
sin la mano del donante,
suele estallar en el destino,
del aura del trashumante,
el destino no conserva calmantes,
para quien erra los caminos, 
por ello voy campante,
sabiéndome bien conducido...


recuerdo algunos himnos,
de otras vidas pasadas,
así como recuerdo el Moab,
tengo presente al Wadi Araba,
los desiertos son mi temple,
de reflexiones y distancias,
ya no miro con mis ojos,
el espíritu es mi espalda,
presiento la intención artera,
de los que no tienen rama,
la vida me ha enseñado,
que el problema no es la espada,
sino el perder la paz y no tener calma...


supe andar entre tribus,
soñadores de vieja data,
apuntalábamos espíritus,
que vivían con la fe de erratas,
algunos como costumbre no escuchaban,
otros atendían y se alejaban,
habiendo sido muy pocos,
los que por algo se quedaban,
tal vez ellos entendían,
que no hay sombra sin espalda,
que el día que se pasa,
cultivando el sentimiento,
no sólo deja semillas,
también alimenta recuerdos...


hoy ya no encuentro playas,
sólo ando entre montañas,
sé de desfiladeros,
de entrañables pasajeros,
en busca de sus senderos,
por sus conductas extrañas,
también sé de quebradas,
miro a los ojos de las gentes,
y cuando no veo sus auras,
huyo despavorido,
me guardan mis montañas,
y justo allí en este punto,
me regresa el Wadi Araba,
los himnos que he cantado,
aún están sonando bajo la estrella de la estampa...


dejé algunos manuscritos,
sentidos de humanismos,
me apresuré a perderlos,
cuando aprecié muy sorprendido,
que algunos querían comerlos,
asumí que pretendían,
devorar los pensamientos,
"las ideas no se matan",
eso decía Sarmiento,
pero atendiendo otros tiempos,
de papiros y pergaminos,
supe más de vides que de vinos,
porque la luz me puede y me atrapa,
por eso no se me escapa,
que el infierno es un reducto de desatinos...


ahora los voy dejando,
así me habló aquel viejo,
mirándose en su espejo,
se arremolinaba en su barba,
no sé lo que habrás hecho,
pero te salva tu aura,
mira siempre hacia adelante,
que aunque pique la espalda,
lo que se deja atrás es pasado,
y lo que no llega es mañana.
Abril 05, 2012.-
Dedicado a todos los lectores, para que en estas Pascuas de Resurrección (sean o no cristianos) reciban la bendición del verbo, de la palabra y de la letra.
hasta el sábado 7 de abril si Dios así lo quiere

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