lunes, 8 de agosto de 2011

CENTENARIO DE AFECTOS ◄► ARROYO BARÚ [tercera parte]

el dispensador dice: las visiones de un hombre en su entorno, transcurriendo su tiempo, descienden en forma de imágenes comunes a los recuerdos, y estos no son otra cosa que "momentos" que se expresan como pinturas de las vivencias. Las perspectivas hacen lo demás, para unos será un arroyo, para otros un puente, para algunas afinidades los ecos provendrán de una estación de trenes con galpones olvidados, vias enyuyadas, engranajes oxidados y hasta señales consumidas por el silencio del campo abierto, justo allí donde el viento habla y el hombre no busca... llevo conmigo "visiones" de campo que he alimentado desde mi niñez, allá en Hinojos [entre Azul y Olavarría, en Buenos Aires], de allí que necesito ver a lo lejos, tener en frente horizontes amplios, cielos abiertos aún cuando haya nubes, sí, me aterra la visión del muro cercano, del paredón que circunscribe las realidades. Me crié entre tranqueras y potreros y quizás, sólo quizás, será por eso que interpreto las vibraciones que bajan desde el espíritu de Pablo Eloy Abatilli, andando las huellas de Arroyo Barú, llevando consigo la reflexión de las circunstancias en su paso. En la soledad uno comienza a apreciar las variaciones del sonido del viento, el lenguaje de la lluvia, los reflejos de las aguas del arroyo, todo eso que para la mayoría pasa desapercibido. Hay hombres que en sus apuros, aprenden a andar lento, observando con los ojos, pero percibiendo las esencias con el alma, y entonces aprendes a "mirar" con mayúsculas, y allí te llueven las esencias. Lo decía "El Principito"... cada vez que accedes a sus letras el mensaje es distinto, porque de esas palabras emanan esencias. Cuando recorres sus páginas todo huele a paraíso y simplemente, no te quieres ir... cuánto de cierto hay en los pensamientos introspectivos de Eloy, cuántos!.
Uno se torna testimonio de su suelo, entonces trasciende su tiempo. Contrariamente a lo que se cree, la riqueza y sus plurales (riquezas)comienzan y terminan en el espíritu, entonces aprendes a alejarte de las soberbias que proporcionan los títulos y los honores de circunstancias, entiendes que los escudos de armas y de apellidos no son más que vanidades adheridas a las paredes, expresiones de desprecio hacia aquellos destinos que andan por la vida sin suerte de oportunidades, tal vez con tantas ganas como las propias, pero condicionados por su falta de alternativas... la vida es rara, te bendice con algunas cosas, inmediatamente te quita otras. Por ello es importante cultivar la gracia, la vida como gracia, haciendo honor a los dones concedidos para transitar la jornada, cultivando los talentos para que crezca el conjunto, el sentido último y superior de "comunidad", esto es superador del concepto de "tribu", equilibrador de la sociedad en escala, lejos del criterio de "civilización" ya que en dicho punto se consumen la cultura y sus valores, por ende se pierde el sentido de "comunidad" y se tergiversan los roles de quienes la integran. Estoy seguro que Eloy halló su altar, ése que está en el alma de cada ser humano y muchas veces permanece tan ausente como la calidad humana... también estoy seguro que encontró su santuario, ése mismo que cada uno de nosotros lleva en su espíritu, lugar donde mora el ángel custodio del arquetipo que une a las partes de un mismo ser humano. Cuando vas a orar a tu santuario y te arrodillas delante de tu propio altar, te cojugas con tu suelo, con tu aire, con tu cielo, eres fuego de tu propia aura y faro de tu estirpe, sólo entonces eres parte del todo.
El Centenario de Afectos es justamente eso, una convergencia de vivencias que destellan con forma de recuerdos y perspectivas. Arroyo Barú es el lugar elegido para y por las circunstancias, confluencia de hados que van arriando almas hasta un corral invisible, para que sean consonancia de voluntades. Curiosamente, Barú es un término karaivé, una antiquísima tribu de centroamérica [región de Panamá, Costa Rica y adyacencias, justo donde existe otra "Barú"] uno de cuyos legados es la lengua guaraní tal la conocemos hoy. La parcialidad karaivé de los doraces (chiricanos) cuando empleaba el término "Barú" hablaba de la "casa de fuego" [seguramente relacionado tanto allá como aquí con las fuentes termales cercanas, volcanes en profundidad, que el hombre no ve pero están]. Los chiricanos se referían a los "barúes" como los vapores que expresan a los distintos, aquellos que habiendo pasado por la vida, laboran ayudando a los "encarnados"... ¿Cómo llegó Barú a nuestro Entre Ríos?, no tiene importancia, es evidente que el fuego esencial está en las almas de sus habitantes, substancias de suelo y aires que han conjugado futuros, mañanas de gentes sencillas, que saben la significancia de la tierra en sus manos, sus frentes, entonces hay campos que se aran con tecnologías, hay otros donde surcan los cultivos de las voluntades genuinas. Esas semillas no se apagan jamás, y ello me hace pensar que tal vez sea por eso que esta tierra extraña, llamada Argentina, sea parte de una eterna bendición de suavidades, paradojas y utopías... ni qué hablar de la Mesopotamia, allí he visto al espíritu del pombero acompañando el culto a las amistades. Los espíritus que dejan los tiempos respirables liberan esencias vagantes que custodian los espacios donde fueron contenidos, y ello es una expresión pura de los afectos... no hay taperas en el paraíso.
Surgen entonces las reflexiones propias a un hombre comulgando con su alma, y ambos consubtanciados con su suelo: "¿Y qué es vivir?... un eterno aprendizaje, una búsqueda que inquieta, un admirarse ante todo, es hacerse y un esforzarse en ese hacerse, es algo más que nacer, o sobrevivir, o vegetar, es saber que luego de este arroyo hay un río, luego de él un insondable mar...".
de aquellas huellas nacen otras: "de chicos, mi padre solía contarnos que la distancia que nos separa de las estrellas es tan grande que cuando su luz llega a nosotros, muchas de ellas han dejado de existir hace milenios. En noches como esas comprendimos que mirar al cielo es mirar al pasado [Juan Rizzo]."
Donde el cielo y el suelo se unen en silencios postergados, allí donde el amanecer te envuelve en fragancias sin precio, allí está Dios hablando para quien lo quiera escuchar... allí está el espíritu de la tierra arriando almas para su rebaño, por allí anduvo Pablo Eloy, sembrando patria, por allí vamos los espíritus inquietos, recolectando afectos. "Mañana te regalo el final", dijo el ángel al objeto de custodia de su destino... y el espíritu comprendió el tremendo valor de ser "distinto". Amen. Agosto 09, 2011.-








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