sábado, 5 de marzo de 2011

CARAL, nido de Nayjama... o hubo otra AMÉRICA - Viaje a las fuentes - lanacion.com  


Las ruinas arqueológicas de Caral, las más antiguas de América
Viaje a las fuentes
Mario Vargas Llosa
Para LA NACION

Sábado 05 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa.


CARAL, Perú

LA civilización más antigua de América floreció hace unos cuatro o cinco mil años y ha dejado unos testimonios impresionantes de su complejidad y poderío unos doscientos kilómetros al norte de Lima. Nunca sabremos cómo la llamaban y se llamaban entre sí sus pobladores, pues el nombre con que ahora se la conoce -Caral- apareció seguramente en la región muchos siglos después de que aquella notable sociedad se hubiera extinguido tan brusca y misteriosamente como ocurrió, en América Central, con la civilización maya.

Cuando la arqueóloga Ruth Shady Solís llegó hasta aquí, en 1993, y se instaló a vivir en una carpa para iniciar sus investigaciones, esta gigantesca explanada salpicada de colinas (que en verdad eran adoratorios y templos) y cercada por los contrafuertes color tierra de las estribaciones de la cordillera de los Andes debía parecer un paisaje lunar. Imponente y bellísimo, eso sí, con su profundo silencio, su soledad, sus piedras milenarias y la miríada de estrellas chisporroteantes iluminando las noches despejadas. Durante mucho tiempo sus únicos compañeros fueron los zorros, las lagartijas y alguna que otra culebra del desierto.

Ruth no fue el primer arqueólogo en saber que la zona de Supe-Barranca-Pativilca del litoral peruano escondía restos arqueológicos. Existía un catastro que, desde años atrás, lo señalaba. Pero lo que ni ella, ni nadie, podía sospechar era la magnitud de las construcciones -templos, sepulturas, plazas, anfiteatros, altares- enterrados en aquel páramo y, mucho menos, su milenaria antigüedad.

Algún día se escribirá una biografía de Ruth Shady Solís y, aunque todo lo que en ella se cuente sea estricta verdad, se leerá con el hechizo que se leen las buenas novelas. Su padre era un judío centro-europeo que había llegado al Perú huyendo de las persecuciones antisemitas, un hombre culto y apasionado del pasado y de las piedras cargadas de historia que la llevaba de niña a recorrer los monumentos prehispánicos de los alrededores de Lima y, más tarde, del resto del Perú. Su vocación por la arqueología fue, pues, precoz. Estudió en San Marcos. En los años 80 hacía trabajo de campo en Bagua, una región amazónica que por aquella época se vio ensangrentada por las acciones terroristas y antiterroristas, que causaron estragos entre las comunidades nativas. Ruth debió dejar Bagua, muy a su pesar, y estuvo un tiempo vacilando entre distintos lugares donde concentrar su trabajo. El día que eligió Caral se encontró con su destino, como diría Borges.

Diecisiete años después se puede decir que ella ha protagonizado la más extraordinaria aventura que puede vivir un arqueólogo: haber sacado a la luz, de cabo a rabo, toda una civilización, de un elaborado refinamiento en su organización social y económica y en su destreza constructora, que ha añadido algunos miles de años de historia al continente americano. Porque los templos y las murallas de Caral, sus pirámides, sus plazas circulares y sus entierros y depósitos se extienden por un espacio considerable: unos 300 km de ancho por 400 de largo. Su apogeo es contemporáneo del Egipto de los faraones, las ciudades sumerias de la Mesopotamia y unos 1800 años anterior al de los mayas.

No sólo fue suerte y oportunidad lo que le permitió esta formidable hazaña creativa. También, y acaso sobre todo, perseverancia, fe, pasión y un espíritu pragmático que, enriquecido por una vocación vivida como una mística, permitieron a Ruth ir venciendo los innumerables obstáculos que jalonaron estos diecisiete años. Ella es una persona discreta y no se jacta de sus logros. Pero basta escucharla explicar lo que se ha podido saber de la civilización Caral -su aguzado espíritu comercial y de intercambios con todo su entorno, el protagonismo de la mujer en la vida social, su ingeniosa manera de servirse del medio ambiente adaptándose a él sin depredarlo- para sentir la energía que la anima. Es algo que Ruth ha sabido contagiar a sus colaboradores, una veintena de arqueólogos, hombres y mujeres jóvenes en su mayoría, que transpiran entusiasmo y cuyos esfuerzos han convertido estas ruinas en uno de los lugares más interesantes y bellos del Perú. Pues, ahora, hay en Caral centros de información, laboratorios, tiendas, librerías, comercios de objetos folklóricos y guías para turistas, construidos con buen gusto y perfecta adecuación al paisaje. Gracias a acuerdos suscriptos con diversas universidades del mundo, científicos de muchos lugares vienen a participar en los trabajos e investigaciones que continúan en toda la región. El día que yo estuve allí, llegaba una vasta delegación de japoneses.

Entre los percances que debió vencer Ruth en estos diecisiete años consagrados a Caral, figura una emboscada a la camioneta en que ella venía de la costa, acompañada de un chofer, con el dinero de la planilla para los trabajadores. La pandilla de asaltantes había bloqueado la trocha con pedruscos. Recibió al vehículo con una lluvia de balas. Ruth ordenó a gritos al conductor que no se detuviera. La camioneta consiguió franquear las piedras dando bandazos y escapar. Pero tanto Ruth como el chofer recibieron disparos en el cuerpo y llegaron al hospital desangrándose. Ocurrió en el año 2003 y el jefe de la banda de los frustrados forajidos, apodado "Orejas", anda todavía suelto, cebando su gran panza cervecera en los bares de Supe y de Huacho. A quien quiera escucharlo acostumbra decir que con los dólares que lleva en el bolsillo no hay policía ni juez que lo ponga entre rejas. Ahora, esos sobresaltos son anécdotas que Ruth comparte con los amigos, pero no debieron de ser divertidos cuando los padeció. Ellos dan apenas un indicio de todas las pruebas que la arqueóloga de Caral debió enfrentar para sacar adelante su magna obra.

Hay gente que tiene una fértil imaginación arqueológica, que fácilmente le permite reconstruir, a partir de los restos y vestigios desenterrados por los arqueólogos, los palacios, los puentes, los templos y las plazas que alguna vez fueron y las costumbres de los hombres y mujeres que los habitaron. Yo carezco de esa aptitud. A mí me cuesta llevar a cabo esa restitución de lo ido y, por eso, las ruinas arqueológicas me suelen dejar indiferente y aburrirme. A no ser que la belleza del entorno natural sea un atractivo suplementario al histórico, como ocurre en Machu Picchu.

Pero, en la visita a Caral, me he sentido no sólo interesado, también conmovido. Tal vez porque el paisaje en que se alzan los templos, hecho de desiertos y montañas peladas, es sobrecogedor y deslumbrante, un gran estímulo para la imaginación. Tal vez porque las construcciones desenterradas están en buen estado y facilitan al visitante concebir más fácilmente que otras aquellos ritos y funciones para las que sirvieron. O tal vez por la vivacidad y el amor con que Ruth Shady Solís nos va informando -indiferente al destemplado sol que taladra los cráneos de los visitantes- sobre aquellos antiquísimos ancestros. Eran gente bastante atractiva, a primera vista. No parecían tener una inclinación preferencial por la guerra y la matanza, porque casi no figuran las armas entre los utensilios que colocaron en sus entierros. Practicaban los sacrificios humanos, desde luego, pero, al parecer, de manera esporádica. De otro lado, su sentido musical debía ser muy desarrollado, a juzgar por las delicadas cornetas y flautas traversas de hueso de auquénidos y de venados que se han encontrado a orillas del gran anfiteatro circular -el círculo y la espiral son figuras constantes de su arquitectura- que preside la ronda de pirámides de Caral.

Me despido de este lugar sin esa anticipada melancolía que suele embargarnos al partir de un lugar hermoso y hospitalario. Porque tengo la absoluta certeza de que volveré aquí muchas veces todavía.

© La Nacion

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"... soy alma de silencios largos, no me pierdo en las palabras, prefiero cobijarme en las miradas distantes de horizontes donde los ancestros me reclaman con señales que sólo yo sé reconocer... llegué a través de hijos europeos, pero he podido reconocer el valor de la tierra, las vibraciones de su suelo indómito, de su aire convocante... he aprendido de sus sueños y me han enseñado a ser chamán de tribus virtuales que aún danzan invocando a las fuerzas olvidadas, aquellas que hacen culto a los equilibrios necesarios... me ha sido revelada la pluma del caburé de la estirpe karaivé... escucho a las piedras que claman por sus fuentes, a ellas me debo, a ellas regreso cada noche guiado por sus fragancias... ya no llevoi mochila ni cargas, camino descalzo hacia ellos en la seguridad de que su invitación es parte de mi roca".



el dispensador dice: estoy seguro que AMÉRICA precolombina es el rastro de otra América, una que fue prolijamente borrada para enaltecer a los reinos de las conveniencias y las soberbias, apropiadamente contadas por burdos historiadores de las indias... quizás está errado Vargas LLosa cuando dice que Caral es la más antigua y que su data pasa los cinco mil años, al fin y al cabo no tiene demasiada importancia ya que las estirpes están vivas en sus hijos, desmerecidos y olvidados, pero vivos, cultivando silencios a la espera de la gran revelación que traerá el nuevo SOL en ciernes. Históricamente los soles se acunaron en América y específicamente en los Andes que la recorren, fabricando macizos que existen aún cuando el hombre no los vea y ni siquiera pueda dar testimonio de ellos. Estoy seguro, el alma me lo dice, que CARAL es un mudo legado de silencios extraviados, nada distintos al resto de la América cuyas vibraciones nutren de energías a los espíritus buscadores de aquel Fernando Diez de Medina que supo guiar las inquietudes de aquellos que antes de saber, "sienten", perciben y aceptan, para luego aprender de los ecos que jamás se detienen. Indudablemente los Andes y los Atlas guardan resabios de otros tiempos, mejor dicho de otras eras, tiempos de lemures y de atlantes, donde el hombre contenía otros valores. Tiwanaku es hoy un despojo de puerto al que no llega nave alguna, pero no es el único que llama a la reflexión de los sabios... Urus y olmecas podrían referir historias semejantes, ¿qué diferencia hay o habría?, todos eran parte de la tierra que fue arrasada por las angurrias de una inquisición siempre dispuesta a depredar almas para nutrir a reyes quebrados y reinos arrasados por desidias. AMÉRICA brilló en sus estirpes y hoy lo hace mediante sus piedras... AMÉRICA estaba revestida de oro y de respeto por el suelo, por el agua y por el aire, hoy sus hados se convocan para recibir a los fullerenos que darán paso al nuevo SOL, 4-ESPÍRITU su signo, el sexto de la era humana, hasta que los cuerpos descubran que el espíritu no se degrada y el alma que guarda a Dios, jamás se pudrirá... el que quiera escuchar que escuche. Marzo 05, 2011.-

"...no pierdas tus paralelas, es preferible ser ángulo de tu piedra que ser recuerdo en una hiedra".

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