lunes, 29 de noviembre de 2010

LOS DISTINTOS



el dispensador dice: la cordillera de los Andes guarda tradiciones que se van extinguiendo a manos de las visiones occidentales, siempre apuradas, con poco espíritu y mucho utilitarismo, consecuencias de una competencia que enfrentan a las almas de igual tenor y destino, evitando el sentido de comunidad, de grupo, de tribu, de pareja, de padre, de hijo, omitiendo el enlace de los mensajes del allá armonioso con el acá tumultuoso, vertiginoso, casi torbellínico (torbellinesco), que consume vidas, escupiendo cuerpos y liberando antojadizamente espacios, sin asumir que se pierden dones, talentos y capacidades creadoras. No sólo se ahoga la compasión, se pierde el sentido de misericordia, se evapora el sentido del vínculo genuino, auténtico, ese que está más allá de cualquier compromiso y que existe por el sólo hecho de acompañarse, dando sin pedir nada a cambio, porque a eso venimos, a dar, a entregarnos sin condiciones a efectos que quiénes nos sigan, en el eterno ciclo del después, encuentren suficientes huellas como para seguir sumando camino hacia la eternidad, creando... el hombre hoy se ve rodeado de los "otros", de muchos mecanismos de comunicación electrónica, pero en su esencia está solo, aislado, negándose a sí mismo por haber perdido el sentido de "puente", ése que hacía que no tuviesen importancia las comarcas y sus estandartes, sí sus gentes. La vida humana ha perdido inmensidad y por ende ha perdido horizonte, y así es que al chocar la vista contra un muro, contra otra pared con ventanas, con más anonimatos y con menos virtuosismos, crece la soberbia propia del pentagrama roto, de la nota caída y de la sinfonía desafinada, ya que en el silencio de la soledad en la mente, todo suena bien, aún cuando destroce bemoles y mezcle inadecuadamente corcheas.



Hubo un tiempo en las culturas de los Andes donde había personas, tribus, grupos, compañeros de afanes, cuyas visiones de la vida se concentraban en lo cosmogónico. El hombre no separaba su tierra de Dios. El hombre no separaba a Dios de sus sembrados ni tampoco de sus cacerías ni tampoco de la cacería. El hombre no separaba su lugar de sueño de Dios y en su altar, contrariamente a las erradas interpretaciones de la conquista, Dios era el único interlocutor entre el hoy y el ayer, entre los ancestros y los tiempos respirables, entre los recuerdos y las presencias, entre esperanzas perdidas y otras cumplidas. La cosmogonía confería valor a las piedras y sus sonidos, a la presencia de las aves, al curso de los brotes, y otorgaba un sentido místico al pensamiento ya que el hombre se sentía protegido por ese Dios cuya presencia se percibía en el mismo aire, el que se repiraba, el que mezclaba cabellos o el que acariciaba las distancias, peinando yuyos. El tiempo no se consumía oportunismos, mucho menos en ventajas ya que quitar el esfuerzo de otro y apropiarlo denigraba la propia condición, aspecto que motivaba la expulsión de la comunidad, sin atenuantes, porque nadie es dueño del otro y ningún otro era dueño de nada más que su propia voluntad y su propio esfuerzo... legados extraviados en el concierto de los tiempos. Hoy la piedra es piedra y todo lo demás es descartable... pero cada vez son menos los que saben de cultivos, de granja, de días, de noches y de estrellas...



De allí la importancia de este relato... para aquellas culturas el mañana no existía. Había motivos fundados para entenderlo de esa forma ya que bien sabían que esta vida no es la verdadera, sino una expresión virtual que Dios ha acondicionado para dar sentido a los ciclos donde los hijos entierran a sus padres para luego regresar a ellos y a la vida genuina. Importaba el ayer y el culto que se había hecho de ese tiempo, así como el hoy y el sudor que se impregnaba en la misión de cada cuerpo bajo el Sol... cuando las personas morían, dejaban de ser cuerpos y pasaban a formar parte de Dios, en una dimensión donde todo era distinto, donde anidaba la paz sin tiempo, donde no había dolor, y donde sus habitantes, aquellos que ya habian pasado por la Tierra, ocupando un espacio, respirando su aire, habían abandonado su cáscara (el cuerpo) y volvían a ser "los distintos", espíritus, almas en un universo imperecedero... Los distintos subían al cielo mediante una barca fantasmal que recorría la cordillera recogiendo ancianos, o almas que eran llamadas a regresar por motivos celestiales, los que quedaban en la Tierra sabían que no se cortaban los vínculos ni tampoco las comunicaciones las que seguirían cursando mediante sueños, señales, espejismos hechos certezas. Muchas veces, la barca misma traía mensajes y señales desde el más allá y eran bendecidos aquellos que la veían surcar los aires helados en las alturas cordilleranas... Los que se iban dejaban de ser iguales para pasar a ser distintos, almas, sin cuerpos, sin enfermedades, sin pesares, sin tribulaciones... pero el ser distinto y viajar en la barca era un honor para quien iniciaba el viaje y otro tanto para aquellos que lo habian acompañado durante su estancia aquí...



La cordillera hoy no guarda océano aunque sí permanecen vestigios de puertos que han dejado de ser funcionales porque se han perdido las costas y sus fuentes... quedan en las laderas recuerdos fósiles de otros tiempos, distintas realidades, ecos de pasados gloriosos que se ocultan entre dunas o quedan a merced de la voluntad de los vientos... sin embargo, la nave que transporta y recoge a los distintos sigue circulando en las indómitas alturas, propias de soledades espeluznantes, donde anidan lugares que el hombre desconoce... y allí puede ser vista por algún alma sensible, atenta a las visiones que van más allá de las incapacidades de los sentidos humanos, y justamente allí es donde "los distintos" suelen dejar caer sus bendiciones, iluminando vidas o bien legando fuentes de agua dulce donde otros apenas si ven piedras descansando bajo un sol abrazador, ese que consume a las miserias y las mezquindades y que reconoce rápidamente cuando lo denso domina y no merece ser "tocado" por los artilugios del distinto... pero allá arriba, en el imperio de las soledades y los silencios helados, me han dicho que el océano sigue estando aún cuando no tengamos capacidad para verlo, y eso es porque el hombre ha perdido capacidad para apreciar aquello que está más allá de su esencia, ya no ve los muelles ni tampoco los puentes, no divisa la playas porque su alma anda atada a cosas que no tienen importancia alguna y que no sirven para ayudar a otros... y debe ser así, porque no habiendo una sola nube, caía sobre mis hombros una fina lluvia, la que según me dijeron, eran lágrimas de los distintos bendiciendo mi huella en las que habían sido sus arenas... Andando viejo y a paso lento, permanezco como buceador de estirpes sin escudos, allá arriba de los cinco mil metros y en lugares por donde los humanos no circulan por temor a las alturas pero mucho más a las ánimas, he reconocido a muchos "distintos" que me venían siguiendo con curiosidad, alentándome a llegar a las que ellos llaman las capillas, un lugar que conozco bien, donde suelo escuchar las voces de aquellos que para otros no hablan.
Noviembre 29, 2010.-

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