lunes, 15 de noviembre de 2010

LA MORADA FILOSOFAL©




el dispensador dice: la morada filosofal no es un lugar al que uno puede acceder para luego alejarse, así simplemente, no es recinto de caballeros templarios, tampoco se trata de rocas ocultas en santuario alguno... dicha morada, puede ser un bosque, una senda, un camino, un viaje, un desierto, un monte, una playa, la ribera de un río, un lugar donde uno se encuentra con uno mismo, con su esencia, donde finalmente descubres que tu alma y tu espíritu pueden ser la misma cosa.

Puede ser que se trasponga la vida entera sin hallar la morada filosofal, sin descubrir que la imagen, la verdadera, la propia, no puede verse en espejo alguno porque el alma no se refleja salvo que te halles a ti mismo, en soledad, recogimiento, silencio, mirándote tal como eres, no como te reflejas en el agua, tampoco ante los demás... pero no hay moradas en los templos, ni en sus procesiones, ni en los servicios y sus sermones.

Depende de cada espíritu el encontrar dicha morada, íntima, intensa, reflexiva y semejante a una ventana que atrae la curiosidad, a descubrir lo que en verdad eres para ti mismo, última frontera entre cuerpo y alma, abismo insondable que te expone al umbral previo anterior a la luz que nos recoge luego del tránsito por el tiempo de la esperanza.

Cuerpo, espíritu, alma, triángulo inscripto en la ilusión de ser parte de una escala, de un pentagrama cuyas notas de menor a mayor te conducen a saber cuánto eres, cuánto has sido de ti mismo, de aquello que pretendiste ser antes del baño de madre, antes de salir a ahogarte en el aire de las densidades tangibles, ese que se interpreta de una forma pero que en verdad es bien distinto. La sal la llevas contigo, es parte del sentido del cuerpo... ¿qué otros elementos te acompañan?... ¿cuáles forman parte de tu esencia?... acaso gases nobles, tierras raras, metales, no metales, conductores, anticonductores, lantánidos, actínidos, senémidos, albácidos, ecquánides?... posiblemente no hayas aprendido a percibir la vibración consonante, coincidente y armónica con lo que existe y te rodea, pero ello te habilita el acceso a la morada. Por lo cual, si no eres lo suficientemente sensible a las energías que emiten los ámbitos contiguos, los árboles, las flores, el suelo, el aire, quizás nunca te enteres dónde está tu propia piedra fundacional, la que dio lugar a tu nacimiento, la que se abrió para tu tiempo... y no es poca cosa.

No hay ser humano sin matriz previa... tampoco hay hombre sin pasar antes por el libro de la vida, como tampoco si no has visitado al árbol de las vidas...

Cuando llegas a la morada filosofal, santuario de la propia alma en tránsito por la vida, no importan los oros, ni la plata, tampoco los platinos, los reflejos no son tales... ya que lo único precioso es el don que te fue concedido para este viaje, identificado por un principio tangible y por un final incierto, que quizás tenga que ver con aquello que construyes, quizás no... sin embargo, ello no guarda importancia porque tampoco tiene substancia. No hace al fin. Puedes ser pradera o precipio, de tu propia vida.

Tu morada se sustenta sobre una alianza y tiene su propio santo grial, su altar, y lo reconoces porque la piedra donde apoyas tus rodillas no se opaca, no cambia de color al igual que una roca que es quitada de su lugar original. Léase, eres templario de tu propia gesta, un modelo que no debes buscar fuera de ti mismo. Reside sólo allí.

En la morada no puedes engañarte a ti mismo. Eres esencia ante la eternidad, eco de tus sueños y onda de tus silencios. Justo allí estás solo, sin estarlo ya que te asisten los ángeles custodios de tu tiempo, de tu aire, de tu espacio, aquellos que conducen tu cordón umbilical. Tu alma puede revelar mercurio, azufre, o quizás enseñar que eres un extracto de aquello que elucubraste para tu vida.

La morada es tu único recinto sagrado, aquel donde te sientes en armonía contigo mismo, un lugar que no quisieras abandonar, donde querrías permanecer porque descubres toda la paz que necesitas para tu estancia, una sensación que habías olvidado, que se te había perdido entre el tejido de las rutinas y los afanes. Con música o sin ella, lugar donde las densidades no se observan, por ende no se perciben, ni siquiera en la piel.

Al llegar allí no hallarás cábalas ni símbolos, amuletos o elementos en los que puedas descargar intenciones. Eres en definitiva tu propio espejo... ¿cómo, entonces, no ser parte de ti mismo?. De allí que conociendo el camino, podrías perfeccionar dones y talentos, mejorar tus presencias o hasta exacerbar algunas ausencias, habilitándote a solicitar al menos una gracia, apenas una es suficiente. Descubres que aquello que no ves, en lo que no te detienes, no piensas, no te llama a reflexión, existe y puede hacerlo sin que asistas a ello, aún cuando tampoco lo aceptes y la necedad te invada y te controle. Pero en dicha morada no hay lugar para soberbias... la piedra se revela sólo ante la humildad genuina, cuando haces honor a tu misericordia y cuando eres digno de tu propia compasión.

Cuando sales, no recibirás aplauso alguno, tampoco reconocimiento y la única caricia de tu alma, esa que llevarás contigo hacia la eternidad, será una extraña sensación de paz universal, íntima pero inmensa, que te elevará ante el estrado de tu propio ser, sólo eso.

Habrás dejado satisfecho a tu espíritu, a los ángeles que te asisten, y también a tu consciencia. Pero antes de esta historia, antes del relato y su sentido, antes de la lectura atenta o pasante, debes comprender que tu morada filosofal es sólo tuya, la propia, ya que jamás podrás ingresar a una ajena. Las individualidades son propias de los tiempos respirables.

Por favor, cuando te retires, detén un segundo tu mirada en el portal de piedra. No cierres la puerta, aquí nadie que no sea en sí mismo podrá ingresar... La custodia es esencia de eternidad. Noviembre 15, 2010.-

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